
Acabo de proponerme la difícil tarea de terminar de una forma positiva el post que estoy empezando a escribir sobre un día difícil en el hospital.
Deseo con todas mis fuerzas conseguir encontrar el lado positivo de lo que estamos viviendo para poder acostarme en el sofá de la habitación de nuestro holandés con una sonrisa en la cara. Me va a ser bastante difícil conseguirlo, sobre todo porque mi depósito está casi vacío y no queda apenas gasolina, pero el mero hecho de ponerme a escribir con la firme idea de lograrlo creo que ya es positivo.
No es que haya pasado nada con Luis, pero todos tenemos un día en el que las fuerzas quieren abandonarnos y creo que ese día tiene ganas de llamar a mi puerta. La tengo cerrada con llave, pero el cerrojo que hace que sea segura parece que tiene la llave puesta.
Como comentaba, no ha pasada nada con Luis. La operación fue muy bien y la recuperación estupenda, ya que al día siguiente ya estaba levantando las piernas y queriendo jugar. Además, a los dos días ya se había sentado en la cuna, por lo que la parte de la cirugía parece que está superada.
Hoy hace cinco días que le operaron y, si todo hubiese ido lo rápido que esperábamos, mañana nos darían el alta. Sin embargo, es martes y como muy pronto saldremos de aquí el viernes.
El cirujano que lleva a Luis nos comentó que era una operación sencilla y que en unos cuatro días estaríamos fuera. Como conocemos a Luis y sabemos que las cosas van más despacio con él, en lugar de pensar en que serían cuatro días nos hicimos a la idea de que serían seis. Sin embargo, probablemente superemos los diez.
Esperábamos que empezase a comer poco a poco para ir viendo la parte realmente importante de la operación: su eficacia. La cirugía fue bien, la recuperación está yendo bien, pero lo importante es lo que falta por ver: que Luis pueda comer sin tener nauseas en cada comida. Fijándonos en las operaciones anteriores, calculábamos que el sábado empezarían a darle algo de leche y que poco a poco irían dándole puré para ir llegando a las cantidades normales. Sin embargo, nos dijeron que hasta el lunes no le darían nada de comida, por lo que antes de empezar ya se había retrasado un par de días la fecha de salida del hospital.
Asumimos ese retraso pensando en positivo: seguro que querían ir con pies de plomo en el caso de nuestro holandés para que todo fuese perfecto.
El lunes nos dijeron que empezarían a darle leche a través de la sonda que le pusieron en el quirófano y que lleva directamente a su intestino. La leche se la irían suministrando con una máquina muy poco a poco para ir subiendo de cantidad lentamente. La cantidad que le dieron ayer era de 10ml. por hora, lo que corresponde a apenas unos 40ml. por cada comida. Al empezar por una cantidad tan pequeña y saber que el aumento iba a ser muy poco a poco nos dimos cuenta de que sería imposible que nos diesen el alta antes del viernes. Probablemente, y estando la Semana Santa por delante, no lo hagan hasta el próximo martes. Tampoco esto nos afectó y decidimos pensar que lo importante no era el tiempo que estuviésemos aquí, si no que saliésemos con el problema de Luis solucionado.
Si el hecho de no empezar a alimentar a Luis hasta el lunes y el que sepamos que el alta de nuestro holandés no está cerca lo hemos tomado de forma positiva, ¿qué es lo que hace que mi depósito esté casi vacío o que la llave esté puesta en la cerradura? Sencillamente que esa gasolina, esa cerradura, es mi hijo Luis.
Hasta ahora, cada problema que hemos tenido lo hemos superado gracias a la fuerza que nos da la sonrisa de Luis. Por mal que esté la situación, si vemos que está contento y nos regala una sonrisa, empezamos a verlo todo de forma positiva y a pensar en que esa situación acabará mejorando. Sin embargo, desde el lunes Luis no está sonriendo tanto y mi depósito se va consumiendo a la carrera. Necesito repostar, pero el surtidor ya no está abierto las 24 horas y dependemos del horario de apertura.
Nuestro holandés ha ingresado muchas veces en el hospital y a medida que va creciendo se le hace más pesado estar aquí. Las primeras veces apenas se daba cuenta de lo que pasaba y para él era otro modo de compartir el día con sus papás y disfrutar de las visitas que iba recibiendo. Poco a poco se fue dando cuenta de que estar en el hospital no era sólo sinónimo de estar con nosotros, si no que también llevaba una parte inseparable de dolor. Las últimas operaciones estaba contento durante el tiempo que estaba ingresado, pero se asustaba cuando veía entrar a las enfermeras por si venían a pincharle. En esta última operación parecía que sería igual, de hecho, lo estaba siendo, pero hace un par de días empezó a cambiar todo. Luis ya no se divierte con los juguetes que le hemos traído y no se entretiene con los dibujos que le ponemos en la tele. Antes era feliz así, pero desde ayer le notamos menos entretenido con sus juguetes y muchas veces está intranquilo y aburrido y no para de quejarse. A nosotros nos da lo mismo estar aquí cinco, diez o veinte días si Luis los rellena con sus sonrisas. Sin embargo, si Luis está cansado de estar aquí y no consigue sonreír, cada día que pasa se hace eterno y las prisas en que llegue el alta empiezan a tomar una importancia más grande de lo que debería.
Para colmo, aunque no soy persona a la que le guste quejarse, algunas de las enfermeras necesitan un curso de reciclaje y parece que estén haciendo las prácticas con Luis. No saben como funciona la máquina que le va dosificando la leche y se pasan horas comprobando que tecla pulsar. Si es durante el día no hay problema, pero cuando lo hacen a las tres de la mañana y despiertan a Luis… Bueno, dejaremos este punto y pasaremos a buscar la parte positiva.
No deberíamos estar pendientes del tiempo que estará nuestro holandés ingresado y deberíamos centrarnos sólo en que la operación tenga resultado y que desaparezcan sus problemas digestivos. Esta es la parte realmente importante y todavía no hay síntomas de que no vaya a funcionar. Vamos a aferrarnos a la esperanza de que si que funcionará, aunque haya algunos sustos que lo compliquen. Cada vez que se queja, que tiene un pequeño gesto de dolor, nos asustamos de que puedan ser nauseas, pero de momento son sólo sustos, así que mientras vayan pasando los días y sólo tengamos sustos estaremos en el camino correcto.
Así que, aunque me queda poca gasolina, todavía queda la reserva.
Mi motor es un híbrido que funciona con gasolina y electricidad. La gasolina es mi holandés y la electricidad son mis otros dos peques y mi mujer. El problema es que la electricidad tampoco está llegando como debería. Mi mujer ha estado con fiebre desde el día en que operaron a Luis y no ha podido estar con nosotros en el hospital. Parece que va mejorando, pero ahora es Pablo, uno de los dos italianos, el que está con fiebre. Si mi mujer estuviese conmigo podríamos darnos apoyo para superar del mejor modo posible la falta de sonrisas de nuestro holandés, pero al no estar aquí hace que tenga que afrontarlo sólo y se me hace mucho más cuesta arriba. Mis padres, mi familia, también son parte de esa electricidad, pero también ellos necesitan las sonrisas de su holandés. Esta tarde han estado aquí y también han visto que Luis no tiene esa alegría que lo caracteriza. Si ya estaban tristes por esta situación, justo antes de irse han visto como su nieto empezaba a quejarse y a llorar desconsolado sin parar. No lo hemos comentado, pero se que se han vuelto a casa arrastrando los pies y desmotivados por ver a su pequeñín más serio de lo normal. Seguramente también a ellos les falta gasolina.
Pero volvamos a buscar la parte positiva. Además, ahora la buscaré con más motivación porque he conseguido volver a arrancar carcajadas a Luis y eso hace que tenga un poco de gasolina extra para poder seguir escribiendo.
Todo se resume en que Luis está triste y cansado de estar tantos días en el hospital. Pues bien. Eso es fantástico.
No. No me he vuelto loco. No me parece fantástico que mi hijo esté triste, pero si el motivo y como lo transmite. Hasta ahora Luis apenas sabía transmitir lo que quería y ni siquiera sabía llorar. Gracias a sus dos hermanitos ha empezado a fijarse en lo que hacen y a imitarles. Entre las cosas que ha aprendido está el saber que tiene que llorar para reclamar nuestra atención o para pedir lo que quiere. Cuando empezamos a ver que se quejaba para pedirnos algo se nos llenó el corazón de alegría. Estamos hablando de comunicación. Comunicación básica, pero comunicación. Una comunicación que Luis no sabía utilizar y que aprendió gracias a Víctor y Pablo. Una comunicación que está utilizando ahora, cuando más falta le hace. Luis nos está diciendo: ¡estoy cansado de estar aquí! ¡Quiero irme a casa! Luis nos está diciendo lo que quiere, nos está transmitiendo lo que piensa… Y ESO ES FANTÁSTICO.
Pero Luis no sólo nos está diciendo simplemente que quiere irse a casa. Luis tiene ganas de volver a casa porque allí ha aprendido a jugar, a recorrer el salón dando vueltas haciendo la “croqueta” para llegar a sus juguetes, a recorrer unos metros gateando, a conseguir apoyarse en el mueble de la tele para verla de cerca como sus hermanos. Luis ha aprendido a hacer todas estas cosas imitando a los dos italianos y ahora las echa de menos. Quiere poder dar vueltas desde un extremo del salón al otro, quiere poder gatear y confirmar que nosotros aplaudimos su esfuerzo y quiere ver como sus hermanos le quitan los juguetes (bueno, seguramente eso no). Luis quiere todo esto y nos lo demuestra del único modo que sabe: con lloros, quejidos y pucheros… Y ESO ES FANTÁSTICO.
Estoy convencido de que si en la primera operación de nuestro holandés nos hubiesen dicho que se quejaría llorando porque estaba arto de estar en el hospital hubiésemos pensado: ¿dónde hay que firmar? Pues bien, debimos haberlo firmado en algún momento que no recordamos porque ahora tenemos eso con lo que antes soñábamos.
¿De qué me quejo entonces? ¿Por qué me siento triste? ¿Por no ver la sonrisa de Luis? Aunque siempre digo que mi hijo es un ángel, no deja de ser un niño. Un niño tiene derecho a quejarse, a llorar y a no querer estar en el hospital. Esos son los mismos derechos que tiene Luis y me encanta saber que por fin puede demostrar que puede y quiere tenerlos.
Me siento un poco egoísta al pensar que quería que mi holandés pasase por su séptima operación con una sonrisa en el rostro. Es un campeón y es impresionante la fortaleza que tiene y lo rápido que se recupera, pero me encanta saber que también está cansado de estar aquí y quiere volver a casa.
No se si con este post he sabido transmitiros algo positivo, pero me alegro de haber cumplido con la difícil tarea que me había propuesto cuando he empezado a escribir. Voy a levantarme del sillón, pondré las sábanas al sofá para acostarme y me tumbaré pensando que vuelvo a tener el depósito lleno y que la puerta que cerré para que las fuerzas no me abandonen ya no tiene la llave en la cerradura.
Además, nunca he dicho que mi motor pertenezca a un coche. Todos necesitamos un motor para movernos, pero el tipo de vehículo que queremos utilizar es decisión nuestra. Podemos escoger un deportivo que consuma mucha gasolina y tenga que parar a repostar a menudo o podemos escoger un utilitario que consuma poco y nos permita hacer muchos kilómetros. ¿Qué vehículo prefieres tú? Yo me quedo con un ciclomotor, que siempre tendrá la opción de los pedales 😉
