42km por mi holandés

Llegada a meta en el maratón de Sevilla 2020
Llegada a meta todos juntos de la mano. Maratón de Sevilla. 23 de febrero de 2020

El miedo a no conseguir algo es la barrera más alta que solemos ponernos.

Ya sin dolor en las rodillas y con la mente puesta en un nuevo reto, es el momento de echar la vista atrás y valorar lo conseguido.

Me vienen mil cosas a la mente cuando intento escribir las primeras palabras recordando el reto 42k con mi holandés y soy incapaz de filtrarlas y valorar por cual empezar. Lo haré sin detenerme a pensarlo, solo dejando fluir las letras para leer más tarde lo que se habrá plasmado sobre el papel.

Correr un maratón es un gran reto, algo que requiere de mucho sacrificio, muchas horas de entrenamiento, cuidado en la alimentación y, algunas veces, falta de sueño, pero no es solo un sacrificio para el corredor. También lo es para la familia.

Muchas horas entrenando implica dejar solos a tu pareja y a tu hijos, teniendo que adaptar los planes familiares a tus entrenamiento y sacrificando muchas veces algunas cosas porque “hoy tengo que entrenar”. Por eso supongo que la satisfacción es tan grande cuando te ven llegar a la meta. Porque lo han sufrido, lo han vivido y lo han luchado contigo. Esa carrera también es mérito de ellos y merecen la medalla tanto como tu.

Pero en mi caso, ese sacrificio va más allá de la familia. Está vinculado también a la amistad, pero la AMISTAD con mayúsculas. ¿Quien sería capaz de embarcarse en la locura de preparar un maratón para ayudar a llevar a Luis hasta la meta si no fuese un verdadero amigo?

Me paro a pensar las horas de entrenamiento dedicadas a preparar este maratón y recuerdo como me motivaba pensando en que era el maratón por Luis, por mi hijo. Eso me daba fuerzas, sobre todo de voluntad, para salir a entrenar hasta los días en que más negro lo veía todo. Sin embargo, todavía tiene más mérito pensar en que Julio, mi pareja de running para llevar el carro de Luis en Sevilla, sacaba las fuerzas de la amistad. Amistad pura, la que te ofrece un amigo de verdad, de los que dan sin esperar recibir. Bonito recuerdo para enmarcar junto a la medalla de finalista. Muchas gracias Julio, porque sin ti no hubiera sido posible cumplir este reto. Y muchas gracias María José, porque esa medalla también es tuya.

Pienso en las medallas y no puedo evitar que me venga a la mente el recuerdo de las clases de educación física en el colegio. Siempre era de los últimos en terminar cuando teníamos que dar vueltas al patio. Siempre terminaba más fatigado que nadie. Nunca pensé que podría hacer 5 kilómetros corriendo y lo pasaba francamente mal para pasar el examen.

Una vez terminado el colegio, cuando correr dejó de ser una obligación, empecé a salir a trotar para estar en forma.

Desde los 18 años he tenido épocas de correr en las que hacía 5 y 6 kilómetros, estando muy satisfecho por poder conseguirlo. Alguna vez conseguía hacer 10 kilómetros, lo que para mi era todo un record. Veía imposible saltar de esa barrera y una locura poder hacer media maratón. Era impensable que pudiese ni siquiera planteármelo. Imagínate pensar en un maratón. Eso estaba fuera de mi alcance. Estaba reservado para súper atletas. Esa era mi barrera, pero decidí intentar saltarla.

Toca ahora buscar la parte positiva de las derrotas. Si, derrotas. Porque este maratón ha estado plagado de ellas y por eso lo valoro más que los anteriores.

Cinco meses de entrenamiento es un tiempo suficiente para preparar un maratón si has estado activo, pero es un tiempo demasiado escaso si partes desde cero. En mi caso, después de un verano sin apenas entrenar y ganando más kilos de los que me hubiera gustado, llegaba el inicio del entrenamiento en un estado de forma muy bajo que me obligaba a luchar en muchos frentes. Sobrepeso, falta de motivación y miedo a los malos resultados hacían que los entrenamientos fuesen más duros que nunca. Cuatro días de entrenamiento a la semana implicaban dos derrotas cada siete días. Dos derrotas al ver que nunca conseguía completar bien los dos entrenamientos más exigentes de la semana. Cada día que veía que no conseguía mantener el ritmo pautado era un mazazo a mi motivación. Pero ahí estaba Luis para recordarme que nunca debo tirar la toalla. Luis nunca ha trabajado con un objetivo a corto plazo y no sabe lo que significa la palabra “rendirse”, así que tomaba ejemplo de él y me obligaba a no pensar en el día a día. Simplemente tenía que entrenar y entrenar, sin dejarme influir por los resultados.

Pero pasaba otra semana y volvía una nueva derrota. Y otra. Y otra. Prácticamente he estado los cinco meses sin llegar a poder completar los entrenamientos al 100%, lo que hacía que mentalmente no estuviese lo fuerte que requiere una prueba de este tipo. Me atrevería a decir que en un maratón tiene tanta importancia la parte física como la mental. En mi caso, en la parte física no estaba al 100%, lo que hacía que en la mental estuviese muy por debajo de lo recomendable.

Así llegué a las últimas semanas de la preparación, las más duras, las que implican semanas de unos 70km. de entrenamiento y días de entrenamiento de 3 horas en solitario. En el reto anterior, esos días eran los que más me gustaban porque eran la confirmación de que el entrenamiento había tenido su resultado. Sin embargo, esta vez empezaba cada entrenamiento largo con un pánico arrollador. El día de antes lo pasaba con miedo por enfrentarme a ese entrenamiento y ese día empezaba desde el primer kilómetro pensando que seria incapaz de conseguirlo.

Y de nuevo estaba ahí el ejemplo de Luis. “No tires la toalla, papá” me hubiera dicho si pudiese hablar. “No te rindas, haz como yo”. Y eso hacía. Un pie detrás de otro, aunque mi mente dijese que no sería capaz. Un pie detrás de otro, un metro tras otro, un kilómetro más. Mi cabeza decía que no sería capaz, que debía dejarlo para otro día, pero mi corazón me gritaba “SIGUE, SIGUE, SIGUE”.

Así fue como llegué a Sevilla. Con más miedo que motivación, con demasiadas dudas en la maleta, pero cargado de ilusión por empujar el carro de Luis junto a mi amigo Julio durante 42 kilómetros y 195 metros por las calles de Sevilla. No me veía del todo capaz, pero se trataba de imitar a Luis. Era tan sencillo como dar una zancada tras otra hasta la meta. Y así fue como empecé los primeros metros. Además, por suerte, empezar un maratón significa un chute de adrenalina y de emoción que te hace ir con las pilas a tope durante los primeros kilómetros, así que me dejé llevar y soñé con que lo iba a conseguir. El miedo se había quedado en la salida y la ilusión y la emoción por verme junto a Luis en este nuevo reto hacía que todo pareciese posible.

Sin embargo, el muro llegó mucho antes de lo previsto. Todo el mundo habla de que en un maratón te enfrentas al muro en el kilómetro 30 aproximadamente. Se trata del momento en el que las fuerzas empiezan a fallar y todavía quedan demasiados kilómetros como para animarte pensando que ya estás llegando al final. Yo ya había experimentando ese muro anteriormente, pero esta vez me llegó en el kilómetro 24. Quedaba casi media carrera y tenía que luchar por sobreponerme al muro y buscar motivación de donde no la hubiera. Pero allí estaba Luis. Allí estaba mi motivación. Y seguí poniendo un pie delante del otro y dando una zancada tras otra para poder superar el muro. Poco a poco iba sumando kilómetros hasta que llegó el momento de empezar a descontar. Ese momento en que ya no sumas kilómetros a los que has hecho, si no que vas descontando lo que te queda porque el final está cada vez más cerca. Aquí fue donde mis piernas dijeron basta y llegó el peligro de luchar en desventaja. Hasta ahora luchaba mi cabeza contra mi corazón y siempre ganaba el segundo. Ahora la cabeza tenía un aliado nuevo y mis piernas me insistían en que debería parar. De haber ido sin carro seguramente hubiera parado, pero debía llevar a Luis hasta la meta. Él merecía tener su final y yo no podía arrojar la toalla. Hubiera sido lo más fácil, sobre todo viendo la cantidad de corredores que iban caminando los últimos kilómetros. Pero no era solo mi carrera. Era el reto por Luis, por mi pequeño holandés, y lo iba a conseguir por él.

Kilómetro 33, quedan 9. Kilómetro 34, quedan 8. Aquí llegó una de las cargas de gasolina que más falta me hacía. Aquí esperaban animando mis hijos, mi mujer y mi amiga María José, la pareja de Julio. Sin saberlo, me acababan de dar energía para unos pocos kilómetros más.

Kilómetro 35, quedan 7. Kilómetro 36, quedan 6. Pinchazos en la parte posterior del muslo que me obligan a rebajar el ritmo.  Eso implica que tendré que estar más tiempo corriendo, pero todo es mejor que rendirse. Kilómetro 37, quedan 5.

Cada kilómetro cambiaba con mi amigo Julio para llevar el carro. Desde la salida íbamos alternando un kilómetro cada uno, lo que nos permitía descansar un poco durante el kilómetro que no íbamos empujando. Los últimos kilómetros se hacían muy duros teniendo que empujar el carro pero, paradójicamente, también me daban más fuerzas. Por Luis. Por Luis. Por Luis. Cada vez era más pesado empujar el carro, pero era cuando realmente estaba viviendo el reto y eso era lo que me daba fuerzas para seguir descontando kilómetros.

Kilómetro 38, quedan 4. Kilómetro 39, quedan 3. Ahora si que se trataba de descontar, pero las piernas no daban para más y en el kilometro 40 tuve que parar en uno de los puestos donde los voluntarios me dieron Reflex en las rodillas y la parte posterior de los muslos. No se hasta que punto fue efectivo, pero sirvió para que mi cabeza no se preocupase tanto por una lesión en los últimos metros.

Se acercaba el final y los metros empezaban a ralentizarse. El kilómetro 41 se hizo eterno, pero cada metro me acercaba al final y eso hacía que cerrase los ojos y no pensase en otra cosa que en cruzar la meta junto a Luis. Los últimos 2.000 metros di casi todas las zancadas llorando por la emoción. Me estaba costando mucho más de lo esperado y eso hacía que la emoción creciese de modo exponencial.

Último kilómetro. En ese momento parecía que el tiempo se estaba deteniendo. Conocía el recorrido de los últimos metros, ya que el final coincidía con la salida, pero me daba la sensación de que no avanzábamos y que no llegábamos nunca a la meta. En esos momentos ya iba más pendiente de ver a mi mujer y mis hijos que de terminar. Sabía que en cuanto los viese volvería a cargarme con la energía necesaria para llegar a la meta. Pero tardé mucho en verlos. Justo en el kilómetro 42. Hubiera preferido verles en el 41 porque mi depósito de gasolina estaba vacío, pero Víctor y Pablo me esperaban en la parte de dentro de las vallas y mi mujer les gritaba que se uniesen a nosotros para entrar juntos a la meta.

Era el final soñado, entrar en la meta del maratón con mis tres hijos y habiéndolo dado todo. Tal vez fue el mayor esfuerzo físico que he hecho en la vida, pero la emoción era proporcional a dicho esfuerzo y todo se desbordó cuando por fin me fundí con un abrazo con mi mujer. Nunca olvidaré la mirada de uno de mis hijos al verme llorar abrazado a su mamá. Tras unos segundos de una intensa mirada mezcla de admiración y respeto, se unió a nosotros. Luego hizo lo mismo su hermano, multiplicando la emoción por cuatro. Minutos después me diría en palabras lo que yo había visto en su mirada: “papá, te he visto llorar de alegría”.

Fueron cuatro horas y veinte minutos de sufrimiento, pero también de emoción, de lucha, de fuerza de voluntad y de satisfacción.

Y ahora, al recordarlo, todavía estoy más satisfecho al pensar que he sido capaz de conseguirlo porque no he querido rendirme.

Lo tenía casi todo en contra. Falta de motivación, exceso de peso y entrenamientos que no conseguía terminar, pero tenía a Luis y su ejemplo de no rendirse nunca. Y eso me llevó a la meta.

El miedo a no conseguir algo es la barrera más alta que solemos ponernos. Muchas veces esa barrera nos la ponemos nosotros y ni siquiera intentamos saltarla. Sin embargo, hasta cuando te propones saltar esa barrera, hay veces que todo indica que no lo vas a conseguir. Esas veces es cuando es tan importante no rendirte y seguir hacia delante, sea cual sea el resultado. El fracaso no está en el intento fallido, si no en abandonar dándote por vencido sin intentarlo.

Por imposible que nos parezca algo, siempre podremos luchar por conseguirlo. Si no luchamos, la única seguridad que tendremos es que no lo conseguiremos, pero si luchamos, tendremos la satisfacción de la duda. Lo que hagamos para conseguirlo, sea cual sea el final, seguro que nos enriquece y nos completa, independientemente del resultado.

Ese lo he aprendido de mi pequeño holandés. Al nacer nos dijeron que seguramente no podría levantarse de la cama y que era posible que no pudiese ver ni oír nada. Sin embargo, día a día trabaja duro en sus terapias y, aunque nunca se ha parado a pensar a dónde le llevará su trabajo, cada día avanza más y es y nos hace más felices.

El grito que dijo mamá

22 junio, 2016. El grito que dijo mamá

Los gritos de la alegría.

Quince días en Holanda no eran suficientes para poder descubrir sus maravillas. Quince días en Holanda sólo nos permitían ver que desde el primer día no había dejado de llover. Quince días en Holanda sólo nos dejaban ver las caras tristes de los familiares que venían a visitarnos. Quince días en Holanda fueron los que tuvieron que pasar desde que empezamos a temer estar en el país equivocado hasta que nos confirmaron que ese era nuestro destino para el resto de nuestra vida. Esa confirmación vino al compás de los gritos más desgarradores que he escuchado nunca y que siempre guardaré en mi memoria. Gritos de una de las personas más importantes en mi vida y que más quiero, pero que he aprendido a no guardar con dolor. El recuerdo de ese grito saliendo de su boca solo lo guardo para compararlo con las continuas sonrisas que le asoman cada vez que pasea por Holanda. Es curioso ver lo que un grito puede significar según la situación en la que se emita. De momento me centraré en la parte más oscura de los gritos para terminar dándole la vuelta.

Tras quince días en Holanda supe con seguridad que nunca volvería a escuchar un grito tan lleno de dolor como el que escuché en el momento en que nos confirmaron que siempre estaríamos en aquel país. No era un grito fuerte, más bien era un sonido ahogado, pero lleno de dolor. Aquel dolor no era sólo por sentirnos atrapados en un destino al que temíamos haber llegado, si no por confirmar que nuestro paso por allí sería sólo como mero espectador. No querían permitirnos ni siquiera disfrutar de aquel entorno. No entendíamos muy bien a que podían referirse con eso y nos aferramos a buscar el mejor de los escenarios posibles para que nos ayudase a luchar contra aquel dolor. El ser humano es luchador por naturaleza y, aunque creamos que no podemos superar una situación crítica, sin darnos cuenta empezamos a trabajar en superar los obstáculos. Eso hicimos nosotros. Nos dijeron que estaríamos en Holanda para siempre y empezamos a pensar que tal vez podríamos pasear y no sentirnos del todo extraños. Empezamos a pensar que podríamos incluso tener alguna sonrisa durante esos paseos. Sin embargo, al preguntar si todo aquello sería posible nos informaron tajantemente que no. Preguntamos si podríamos ser unos ciudadanos más de aquel país, paseando y recorriendo sus paisajes, pero nos contestaron que nunca podríamos levantarnos de la cama en la que nos tendríamos que acostar. ¿Ni siquiera unos ciudadanos sin apenas recursos pero que puedan dan paseos tranquilamente? No, contestaron. Ni siquiera eso. Aquello fue lo que desencadenó el grito más doloroso que jamás he escuchado. Sin embargo, no estábamos dispuestos a que aquel grito nos contagiase el dolor y tuviésemos que resignarnos. Desde el primer momento, aunque no tuviésemos fuerzas para hacerlo, nos aferraríamos a que aquel grito quedase como un mero recuerdo. Un grito que quedaría en el pasado para permitirnos luchar por disfrutar de Holanda.

Como comentaba al principio del post, es curioso ver lo que un grito puede significar según la situación en la que se emita. Eso es lo que me lleva a centrarme en el otro grito más importante en nuestras vidas. El grito que le da la vuelta a aquella situación tan dolorosa de nuestros primeros quince días en Holanda. Nuestro pequeño holandés nació con la etiqueta de campeón en su pecho y desde el primer minuto se vio obligado a luchar y a ganar batallas para poder enfrentarse a la vida. Pasó su primer mes de vida en el hotel en el que nos hospedamos al llegar a Holanda y allí mismo nos dijeron que nunca sería capaz de nada. Su paso por Holanda se reduciría a estar en una cama. Eso es lo que nos dijeron que teníamos que esperar de él: NADA. Por suerte, hay gente en Holanda que nos supo animar y con ello pudimos hacer oídos sordos a aquellos empeñados en que nos resignásemos. Nos dijeron que estar en Holanda no era malo siempre que pudieses luchar por disfrutar de ese viaje. Siempre que pudiésemos trabajar con nuestro pequeño holandés para superar barreras podríamos sentirnos satisfechos por darlo todo por él. Aquello, independientemente de los resultados, era lo que haría que nos nos viésemos impotentes y no nos resignásemos a verle postrado en un rincón de la habitación. Desde ese momento nos pusimos manos a la obra y empezamos a trabajar con Luis para que sus límites no fuesen solo una cama. Nadie tenía derecho a fijar sus límites y solo él, con sus esfuerzos, sería quien marcaría hasta donde podría llegar.

Buscar terapias, encontrar información sobre su lesión, encontrar a los mejores terapeutas,.. todo se nos ponía muy cuesta arriba y, aunque éramos conscientes de lo importante que era, no sabíamos por dónde empezar. Llegamos a Holanda perdidos, pero sabíamos que teníamos que encontrar el modo de disfrutar del viaje que nos había tocado vivir. Como en cualquier viaje que se organiza, siempre están las personas que disfrutan de él y quien pasa las noches buscando información del país, la cultura, lugares para visitar y los mejores restaurantes para comer. Gracias a esa persona el resto de turistas pueden disfrutar del viaje. Luis, quiero que sepas como hemos organizado nuestro viaje y quien es el responsable de que todo esté saliendo mucho mejor de lo que esperábamos.

Papá tuvo la suerte  de encontrar rápidamente el modo de disfrutar de Holanda, pero mamá fue quien desde el primer momento se centró en buscar todo lo necesario para que el viaje fuese lo más completo posible. Gracias a mamá disfrutamos ahora de Holanda como no nos hubiésemos atrevido a soñar hace unos años. Mamá ha buscado los mejores guías, las mejores rutas, los rincones con más encanto, los monumentos típicos, los mejores compañeros de viaje y una larga lista de cosas que han hecho que no tengamos que ver los paisajes a través de la ventana, si no que podamos pasear en bici, recorrer sus canales y caminar por sus campos como habríamos hecho por Italia. Mamá nunca se ha dado por vencida para encontrar lo mejor para ti. Nunca se ha conformado con lo que está al alcance de su mano y no para ni un segundo de buscar nuevos lugares que visitar para que cada vez podamos disfrutar más de nuestro destino.

Papá ha tenido la suerte de saber ver de forma positiva todo lo que nos va sucediendo y de transmitir a mamá esa visión, pero es mamá a quien debemos todos tus logros. Mientras papá tiene la suerte de poder acunarte por las noches y disfrutar de ese momento hasta que te quedas dormido en mis brazos, mamá está enganchada al móvil buscando información sobre tu lesión, nuevas terapias a las que poder llevarte o materiales didácticos especiales con los que poder trabajar contigo. Yo llevo la parte cómoda y bonita de disfrutar de ti, pero es mamá quien se ha encargado de poner a tu alcance lo mejor de lo mejor para que puedas avanzar.

Nunca te levantarías de la cama, no nos conocerías y posiblemente no podrías ni siquiera vernos. Casi seis años después de aquel grito todo lo que nos dijeron parece ajeno a nosotros. Eres una personita feliz que haces feliz al resto de la familia y que no paras de avanzar. No tenemos ningún objetivo, ninguna meta, solo tu felicidad. Sin embargo, poco a poco vas alcanzando metas que parecían imposibles. Mamá no se cansa de buscar y tú nunca te cansas de trabajar. Hacéis el equipo perfecto y conseguís que nuestra vida en Holanda sea maravillosa. De estar todos tristes por pensar en ti has conseguido que todos estemos orgullosos y te tengamos como ejemplo a seguir. Tu esfuerzo y tesón es lo que lo ha conseguido y mamá ha sido quien ha puesto las herramientas en tu mano para que pudieses hacerlo. Todavía te faltan muchas cosas por demostrar, muchas alegrías por darnos, pero no tenemos prisa por descubrirlas.

Al igual que no queremos ponernos metas, tampoco queremos ponernos barreras, pero somos conscientes de que lo que más complicado tienes es llegar a hablar. Sin embargo, has aprendido a dar los gritos más bonitos que nadie haya podido escuchar. Has aprendido a gritar de alegría y cada vez que gritas nos das la vida. Esos gritos son los que siempre comparo con aquel grito de dolor y son los que hacen que solo quede el recuerdo del grito y apenas haya rastro del dolor.

Mi pequeño holandés, si me preguntasen ahora mismo cual sería mi mayor ilusión, creo que diría que sería poder escuchar tu voz. Si me preguntasen que regalo de cumpleaños desearía para mamá sería que pudiese escuchar de tu boca las palabras que tanto se merece: MAMÁ. Sabemos lo complicado que es, pero no dejaremos nunca de tener ilusión. Últimamente nos da la sensación de que cuando te despiertas llamas a mamá dando una entonación a tus gritos que hacen que parezca que dices esa palabra. Cada vez que nos parezca que dices MAMÁ disfrutaremos como si lo hicieses porque sabemos que, aunque tus articulaciones no te permitan pronunciarlo correctamente, estás llamando a mamá. Pi, puede que llegue el día en que nuestro campeón holandés llegue a decir mamá, pero hasta entonces, cada vez que nos dé la impresión de que lo intenta, quiero que pienses que eres quien más se merece esas palabras. Todos sus logros llevan tu firma y cada uno de sus avances me demuestra que detrás de nuestro campeón hay una heroína, una campeona, una supermamá. Muchas gracias por ser como eres, por estar siempre a mi lado y por compartir la vida con la misma ilusión con la que lo hago yo. Si no fuese así no hubiese conseguido disfrutar de Holanda como lo hago. Hoy es tu cumpleaños y mi regalo quiero que sean estas palabras de agradecimiento y de orgullo para que todos sepan quién está detrás de nuestro campeón. Yo soy quien escribe todo lo que estamos disfrutando con Luis y quien intenta transmitir que todo es tan sencillo como darle la vuelta, pero quien realmente tiene todo el mérito eres tú. Pi, muchas gracias por tantas y tantas horas dedicadas a buscar lo mejor para Luis. Muchas gracias por no cansarte nunca de buscar, por no darte nunca por vencida y por desear tener más y más para nuestro pequeño holandés. Tras aquel grito de dolor que escuchamos hace tanto tiempo hay una bonita historia con un presente muy feliz. Hoy Luis ya te ha dado tu regalo haciéndote ver en la sesión de terapia lo conectado que está y lo atento y trabajador que es. Tal como le has dicho, ese ha sido el mejor regalo de cumpleaños. Espero que mis palabras estén a la altura de ese regalo y que te guste escuchar lo orgulloso que estoy de ti.

Feliz cumpleaños princesa. ¡Hasta el infinito y más allá!

Te amo mi vida. Te quiero mi amor.

Atrévete con los grandes retos

14 noviembre, 2015. Atrévete con los grandes retos

Esta carrera va por ti, mi pequeño holandés.

Llevo demasiados meses sin sentarme delante del teclado para escribir un post, pero me ha sido imposible encontrar un hueco para poder hacerlo. Cuando llegó el verano pensé que podría recuperar el ritmo de publicaciones y no tardar tanto entre post y post, pero no podía estar más equivocado. La verdad es que Luis y sus hermanos los italianos no nos dejan un segundo de relax. Víctor y Pablo no nos dan un respiro y Luis, que antes era muy tranquilito, se está volviendo un niño revoltoso y exigente que no para de reclamarnos para jugar. Es una de las cosas más grandes de las que hemos disfrutado este verano: los reclamos constantes de Luis. Antes podía estar horas jugando en el suelo con un juguete sin importarle quien estuviese a su lado. Ahora es imposible que podamos mantener una conversación sin que se arrodille delante de nosotros y empiece a gritar para llamar nuestra atención y pedirnos que juguemos con él o le leamos un cuento. Hace unos años hubiésemos dado lo que fuese por vivir esas situaciones y ahora las disfrutamos a diario. ¿Hay algo más grande que saber que tu hijo quiere llamar tu atención? Cuando estamos en Italia apenas damos importancia a esos momentos, pero vivirlos en Holanda hace que tengamos la suerte de darnos cuenta de lo importante que es cada gesto de un hijo, por muy normal que nos parezca.

A las travesuras y berrinches de los italianos y a los reclamos del pequeño holandés tenemos que unir la terapia intensiva que hizo en verano, que nos tuvo ocupados todas las tardes de lunes a viernes. Es cierto que pese a todo esto podría haber encontrado algún momento para sentarme a escribir, pero esos momentos estaban destinados a un reto que me propuse hace más o menos un año y que estoy a punto de descubrir si soy capaz de lograr. Este reto es el motivo de que me haya sentado hoy a escribir de nuevo.

Se trata de un reto deportivo que me propuse al no poder cumplir uno anterior y la motivación para hacerlo la saqué de mi campeón holandés. Luis ha tenido muchas barreras a lo largo de su vida y siempre ha demostrado una fuerza sorprendente para superarlas. Él ha marcado su propio ritmo, lento, sin prisas, pero no se ha conformado con detenerse ante las barreras que han ido apareciendo y las ha ido saltando poco a poco. Con un ejemplo así se puede superar cualquier obstáculo y eso me hizo decidirme y ser valiente para enfrentarme a algo que siempre había pensado que estaba fuera de mi alcance. Correr un maratón.

Hace algo más de un año empecé a prepararme para correr el medio maratón de Valencia y pasé el verano entero cuidando mi alimentación y siendo muy constante en todos los entrenamientos. Aquel reto era para el mes de octubre de 2014, pero justo un mes antes me lesioné y no pude hacer la carrera. El día en que me lesioné estaba hundido y no dejaba de pensar que los meses que había estado entrenando no habían servido para nada. Fue un jarro de agua fría y los escalofríos duraron varios días en desaparecer. Empecé a recuperarme al pensar que un mes más tarde había una carrera de 10km. paralela al maratón de de Valencia en la que saldría llevando a Luis en el carro. Aquella carrera me animó para no pensar en la que me iba a perder, pero necesitaba una motivación más grande. Algo que no sólo sirviese para animarme, si no que fuese el trampolín para saltar mucho más alto de lo que lo hubiera hecho con el medio maratón. Ese trampolín llego en el mejor momento. El día del medio maratón fui para acompañar a un amigo y el ambiente me emocionó tanto que todavía lamenté más no poder salir a la carrera. Sin embargo, esa emoción me llenó de una fuerza rabiosa que me hizo estar muy decidido y pensar que podía hacer el maratón del año siguiente. Para mí, conseguir acabar el medio maratón ya era todo un reto y algo que sería llevarme al límite, pero en ese momento pensé en Luis, en que ha sido capaz de conseguir cosas que los médicos nos habían dicho que sería incapaz de hacer, y me convencí de que podría hacerlo.

Durante varios días me lo estuve repasando mentalmente y tenía miedo de comentarlo a más gente por si era incapaz y luego no llegaba a correrlo, pero de nuevo pensé en Luis y me lancé a por ese reto que no dejaba de ser un sueño imposible.

Había saltado una barrera para enfrentarme a una mucho más alta, pero también mucho más motivadora.

Cuando empecé a entrenar en noviembre sabía que sería muy difícil conseguirlo, pero tener un reto tan grande me motivaría para salir a entrenar durante todo el año. Eso no podría quitármelo nadie. En el caso de que el día de la carrera no pudiese terminarla, no sería una derrota, si no que habría ganado un año de entrenamientos. Con esa idea en la mente se trataba de ganar o ganar, ya que no había parte mala, así que empecé a entrenar teniendo un año entero por delante para prepararme.

Como tenía en mente, se trataba de ganar o ganar, pero no iba a ser tan fácil como creía. Para salir de la lesión tuve que empezar a entrenar prácticamente desde cero y en diciembre tuve una nueva lesión, esta vez más leve, en la planta del pie. Apenas tuve que dejar de entrenar unos diez días, pero cuando estás cogiendo el ritmo y lo cortas, siempre tienes miedo de perderlo.

En enero, después de llevar dos meses cogiendo de nuevo la forma y habiendo superado la lesión del pie, tuve un nuevo contratiempo, esta vez más grave. Tuve que dejar de entrenar por una prostatitis. Cuando el urólogo me dijo que tendría que dejar de correr durante dos meses se me presentaron de nuevo los fantasmas del pasado. Por suerte mi mujer le preguntó si podría entrenar con la bicicleta elíptica y nos dijo que si. Aquello no era como salir a correr al aire libre, pero era lo suficiente como para seguir manteniendo el fondo y, lo más importante, seguir manteniendo la motivación y la ilusión. Pasé dos meses haciendo bicicleta elíptica, pero al llegar abril pude salir de nuevo a la calle y más motivado que nunca. Había pasado otra barrera y todavía tenía por delante ocho meses para el maratón.

A partir de esa fecha y con cada mes que pasaba, los entrenamientos eran más exigentes y cada vez necesitaba más tiempo para poder entrenar, lo que me lleva al inicio de este post y a añadir esto a los motivos por los que apenas he tenido tiempo para escribir. Cada día de entrenamiento significaba sacrificar más horas de estar con mis hijos y mi mujer y desde aquí les doy las gracias por todo el apoyo que me han dado.

Ya han pasado esos ocho meses y en unas horas será la prueba de fuego. Mañana es el maratón de Valencia y allí veré si tantos meses de entrenamientos han tenido efecto y soy capaz de luchar contra mi mismo para conseguir algo que veía imposible hace un año.

Ganar o ganar. Eso lo tengo claro. No sé cómo terminará la carrera, pero lo que he disfrutado entrenando teniendo en la mente un reto tan grande es algo que siempre llevaré conmigo. Desde hace  varias semanas salgo a entrenar y no puedo evitar pensar en distintos momentos de la carrera: la salida, la llegada a meta, pasar por el lado de mi mujer y mis hijos, familia y amigos mientras me animan,… Cada una de esas imágenes se me repite constantemente y cada vez que me viene a la mente me arranca una enorme sonrisa que me acompaña durante cientos de metros.

Estos últimos días están siendo los más intensos y, además de sonrisas, los ojos se me llenan de lágrimas al visualizar esas imágenes y la emoción me eriza la piel poniéndome los pelos como escarpias. ¿Hay algo mejor que disfrutar de esas sensaciones? Sonreír, llorar de alegría y erizarse por la emoción. Con eso ya tengo el premio ganado. Lo que venga mañana y como termine la carrera rematará la faena, pero esas sensaciones ya me han marcado el corazón.

He aprendido peleando por este reto que no debemos ponernos barreras y que muchas veces no hacemos las cosas simplemente porque creemos que no somos capaces. Cuanto más grande sea el reto más difícil será de conseguir, pero todo lo que luchemos por el camino serán vivencias que iremos ganando, experiencias que irán llenándonos y tal vez errores de los que iremos aprendiendo, pero seguro que en el peor de los casos, estaremos mejor que antes de empezar a luchar por conseguirlo.

Hoy he ido a recoger el dorsal para la carrera y los nervios y la emoción empiezan ya a multiplicarse. Estaba ansioso por que llegase el momento de tenerlo en mis manos y ver mi número junto al nombre. En muchos foros he leído que al poner tu nombre en el dorsal la gente lo lee y te anima llamándote y dándote ánimos, pero cuando me registré no pude poner mi nombre. Esta carrera se la debo a Luis porque es él quien hizo que me viese capaz de hacerla. Mi pequeño campeón es quien, con su ejemplo, me hizo creer que todo es posible, así que esta carrera es para él. Por eso me muero de ganas por empezarla y pasear mi dorsal por las calles de Valencia durante los 42 kilómetros y 195 metros que durará el maratón. “Por mi holandés“. Ese será mi nombre durante las aproximadamente cuatro horas que tardaré en hacer el maratón. Cada metro que avance, cada paso que dé, lo haré pensando en Luis. Si él ha sido capaz de superar tantas barreras a lo largo de cinco años, su fortaleza me hará luchar para enfrentarme a esa distancia hasta llegar a la meta.

Y me quedé sin palabras

3 junio, 2015. La Locomotora Holandesa

Sin palabras.

Soy de la opinión de que en España hay algunas situaciones que no estamos preparados para saber cómo actuar. Tal vez se te vengan varias cosas a la mente en este momento: saber decir que NO, saber aceptar un favor,… Seguramente habrá muchas cosas más, pero no me refiero a ninguna de ellas. Lo que no sabemos muy bien cómo llevar es saber aceptar un cumplido. No debería ser nada complicado, pero cuando alguien te valora no sabes cómo reaccionar.

Eso nos pasó hace unas semanas. Nos sentimos tan orgullosos, nos impresionó tanto, que no supimos cómo reaccionar. Luego, en frío, te vienen a la cabeza cientos de respuestas de agradecimiento, pero en el momento justo te quedas sin palabras.

Nos hemos pasado los últimos cuatro años buscando el lado positivo de las cosas y cada vez nos ha costado menos. Antes de que naciese Luis nos gustaba disfrutar de cada pequeño detalle de la vida y nunca nos hemos arrepentido de no haber disfrutado más porque siempre hemos dado gracias de lo que tenemos. Como digo en la presentación de este blog, “junto a mi mujer disfruto de cada momento y todo es la excusa perfecta para celebrarlo. Si salimos a cenar a una cafetería porque no hay nada más abierto y el camarero nos atiende bien, lo disfrutamos como la velada perfecta y como si fuese lo mejor que podría pasarnos en ese momento”. Al nacer Luis y ver que aterrizábamos en Holanda por obligación, pensamos que eso se había acabado. Llegar a Holanda fue sinónimo de despedirnos de aquellas cenas en las que las conversaciones giraban en torno a comentarios como “qué felices que somos”, “qué más podemos pedir, tenemos todo lo que necesitamos”. Durante varios meses estuvimos convencidos de que no volveríamos a ser felices, pero un día nos propusimos que la vida no tenía por qué cambiar. Habíamos llegado a un destino desconocido y en el que no queríamos estar, pero estábamos allí y sólo teníamos dos opciones: seguir lamentándonos o decidir conocer aquel país y empezar a disfrutar de él.

Desde aquel momento empezamos a disfrutar de todo lo que pudiese ofrecernos Holanda sin pensar en que habría cosas que echaríamos en falta. Llorar por lo que no podíamos tener no tenía sentido y lo único que conseguíamos era perder un tiempo precioso que luego no podríamos recuperar. Teniendo esto claro, empezamos a centrarnos en disfrutar y en olvidarnos de las lágrimas. Conseguimos bastante rápido dejar de pensar en aquellas cosas que nunca tendríamos en nuestro nuevo destino y aprendimos pronto a valorar la tierra que pisábamos, pero muchas veces nos dábamos cuenta de que nuestros pensamientos se perdían en otros tipos de preocupaciones. Ya no pensábamos en lo que podríamos estar haciendo en España, pero no conseguíamos disfrutar de Holanda porque no parábamos de preocuparnos por el tiempo que haría mañana o por la zona de aquel país a la que tendríamos que viajar en unos meses. Este tipo de preocupaciones fueron las que más nos costó superar, pero con los meses también aprendimos a hacerlo. Llegó un momento en el que no nos preocupaba saber si mañana tendríamos que estar en Ámsterdam, Rotterdam o en un campo de tulipanes. Lo importante era ser felices donde estuviésemos ese día y si al día siguiente teníamos que viajar a un pequeño pueblo, una gran ciudad o una pradera con molinos, nos adaptaríamos para disfrutar de ese nuevo entorno.

Conseguir aceptar esto hizo que nuestro día a día fuese totalmente distinto y sin darnos cuenta disfrutábamos por inercia. Ya no teníamos que recordarnos que debíamos disfrutar lo que teníamos sin pensar en lo que no llegaríamos a tener ni en lo que sucedería mañana. Simplemente disfrutábamos del momento y lo mejor de todo es que lo hacíamos de modo natural. Tanto, que pronto nos dimos cuenta de que volvíamos a estar cenando compartiendo un par de bocadillos y nos atrevíamos a murmurar “que felices somos”. Todavía no lo decíamos en voz alta como lo hacíamos antes, pero empezábamos a tener mariposas en el estómago cada vez que nos dábamos cuenta de que podíamos ser felices en Holanda.

Parte de nuestro recorrido por Holanda fue en una zona muy especial. Allí, al igual que en España, hay colegios y guarderías, pero son especiales porque tienen que adaptarse a las necesidades de sus habitantes. En nuestro caso la guardería a la que llevamos a nuestro pequeño holandés fue el PROSUB. Nuestra llegada a aquella guardería especial estuvo precedida por muchos temores y nuestro paso por ella fue testigo de nuestra aclimatación a nuestro nuevo país. Llegamos pensando que estábamos perdidos en un destino desconocido y que difícilmente conseguiríamos adaptarnos y salimos disfrutando del país como si siempre hubiésemos vivido allí. Antes de llegar al PROSUB teníamos una casa en Holanda. Con el paso del tiempo, dejamos de tener una casa allí para pasar a tener un hogar.

Una casa pueda estar vacía, pero un hogar está formado por la familia. Todos nuestros esfuerzos por querer disfrutar de Holanda hicieron que pudiésemos tener ese hogar, pero una de las claves fue la llegada de los dos hermanitos de Luis: Víctor y Pablo. Ellos  nos permitieron viajar a Italia y, aunque ya nos habíamos adaptado a vivir en Holanda, el hecho de poder viajar siempre que quisiésemos a Italia hizo que por fin pudiésemos gritar de nuevo ”qué felices que somos”, “qué más podemos pedir, tenemos todo lo que necesitamos”.

Sin embargo, nuestra vida en Holanda no fue fácil y estuvo salpicada de demasiadas visitas a sus hospitales. Vivir el día a día sin obsesionarnos en el mañana hizo que pudiésemos remontar todas aquellas situaciones.

Todos nuestros amigos del PROSUB fueron testigos de nuestras andaduras por Holanda y de cómo habíamos ido formando un hogar y una familia holandesa, pese a las barreras que habíamos encontrado. Esto mismo es lo que nos lleva de nuevo a los inicios de este post.

Hace unos meses se celebró en el PROSUB el 10º aniversario del CDIAT (Centro de Desarrollo Infantil y Atención Temprana) y asistimos con nuestro holandés y nuestros italianos para disfrutar del evento. Durante estos diez años han pasado por el CDIAT más de quinientas familias que, como nosotros, acababan de llegar a Holanda. La celebración, además de la parte gastronómica, se basó en una emotiva presentación acompañada de fotos recopiladas desde sus inicios. En ellas se mostraba a las personas involucradas en el proyecto que habían colaborado desde sus inicios hasta la fecha. El broche final fue un bonito mural que colocaron en las paredes de la entrada en las que se veía a muchos de los niños que habían pasado por el centro. Las fotos de los niños estaban pegadas en unos vagones de tren que eran arrastrados por una locomotora. En esa locomotora aparecían las fotos de los profesionales encargados de que los niños tuviesen las terapias adecuadas. Ellos eran los maquinistas que hacían funcionar el CDIAT para poder arrastrar a todos los vagones de niños. Pero para que la locomotora funcionase también necesitaba carbón. Ese carbón lo formaban las familias y un conjunto de palabras que cobraban una importancia enorme para que el tren pudiese viajar. Un conjunto de palabras que requerían del protagonismo de profesionales, niños y familias: Acogida. Amor. Compañerismo. Dedicación. Comprensión. Superación. Gratitud. Juego. Besos. Ilusión. Constancia. Esperanza. Generosidad. Cercanía. Alegría. Aprendizaje. Confianza. Serenidad. Sueños.

Aquí es donde, ahora en frío, me vienen a la cabeza cientos de palabras de agradecimiento. Aquí es donde nos quedamos sin palabras. No supimos cómo reaccionar en el momento en que vimos que esas quinientas familias estaban representadas por una foto. Una foto en la que aparecían dos papás con su campeón holandés, todavía en la UCI tras una de sus operaciones.

Qué extraño resulta que, tras todos los miedos y temores, toda la inseguridad de los primeros días, nos tomen como ejemplo de familia que ha sabido establecer su hogar en Holanda y disfrutar de su viaje. Qué lejos quedan aquellos días en los que íbamos perdidos con las maletas de un lado para otro temiendo que nunca volveríamos a vivir felices. Se me erizan los pelos de la emoción cada vez que recuerdo el momento en que vi nuestra foto colgada en la locomotora y me dio un vértigo terrible pensar que estábamos representando a tantas familias.

Esa noche nos quedamos sin palabras para expresar toda nuestra emoción y como nos sentíamos en aquel momento. Hoy, mientras redacto estas líneas para intentar transmitir la alegría que nos dio que nos viesen como una familia luchadora que ha sabido adaptarse a su viaje inesperado, apenas quedan dos días para que se celebre la cena de gala del 10º aniversario del CDIAT. En esa gala disfrutaremos de nuevo del vértigo que nos provoca volver a representar a tantas familias con niños holandeses. En la presentación hablaran del centro desde tres puntos de vista distintos: los profesionales que trabajan allí, los niños que asisten a las terapias y las familias que viven en Holanda. Desde este último punto de vista hablaremos nosotros contando nuestra experiencia y lo que fue para nosotros llegar a Holanda y encontrar la ayuda de todos los profesionales del centro. Entonces no nos quedaremos sin palabras y podremos agradecer a toda la gente del CDIAT lo que han hecho por nosotros desde que llegamos a Holanda.

La sensación de unos padres cuando están enseñando a caminar a su hijo y éste consigue andar no es sólo de felicidad. Es también de satisfacción por las cosas bien hechas. Todos conocemos o nos imaginamos esa sensación, pero… ¿te has parado a pensar en la alegría de ese hijo al ver que empieza a dar sus primeros pasos él sólo? Debe ser una mezcla de sensaciones muy difícil de explicar: satisfacción, agradecimiento, alegría, libertad, realización, emoción, cariño. El niño no conoce apenas el significado de esas palabras, pero en su interior está disfrutando de esa combinación de sentimientos. Así mismo nos sentimos nosotros. Somos el niño que empieza a andar, que aprende a correr, gracias a unos padres que pusieron todo su empeño en que lo consiguiese. Se preocuparon de que tuviese los mejores zapatos, de encontrar el suelo más firme, de enseñarle a cómo poner un pie detrás de otro e incluso de ponerle rodilleras por si las necesitaba. Esos padres son todos los profesionales del PROSUB que demostraron una gran pasión y amor por su trabajo y que ahora lo ven recompensado viéndonos correr por los paisajes holandeses.

Ahora sólo falta que todos disfrutemos de que el próximo en aprender a caminar sea el motor de nuestra locomotora: nuestro campeón holandés.

Normalidad: Un autobús, un gamberrete y un abuelito holandés

13 de mayo de 2015. Luis en su sesión de hipoterapia.

Normalidad.

Es increíble cómo cambian las cosas con el tiempo. Todavía recuerdo como fue el inicio de este blog y el dolor y la pena que sentimos cuando fuimos a visitar el colegio de Educación Especial al que tendríamos que llevar a Luis. Nos sentimos tan tristes que tuve la seguridad de que era el motivo perfecto para empezar a escribir. Si conseguía sacar de aquella experiencia algo positivo sería el post perfecto para dar inicio a Tan Sencillo como Darle la Vuelta.

Siempre he pensado que es mucho mejor buscar el lado bueno de las cosas que quedarnos con la parte amarga y eso es lo que intento transmitir cada vez que me siento delante del teclado, pero cuando escribí aquel post poco imaginaba que terminaría disfrutando tanto del lado bueno de aquella situación.

Empecé a describir la tristeza que sentimos al pensar que nuestro hijo tendría que ir a un colegio especial y tuve que esforzarme para llegar a animarme y ver la parte positiva de aquello. Insisto en que es mucho mejor buscar el lado positivo de las malas situaciones, pero hay veces en que ese lado está muy escondido y encontrarlo requiere de un esfuerzo muy grande. Sin embargo, unos dos años después de aquella vivencia me siento feliz cada vez que pienso que nuestro holandés está yendo al cole. No es un bache que tengo que superar cada mañana. Ni siquiera es algo triste a lo que me he acostumbrado y que intento que no me afecte. No. Pensar en que nuestro campeón va al cole hace que su día a día, nuestro día a día, sea normal. Luis tiene una rutina normal, como la de cualquier otro niño, y eso me llena de alegría.

Hubo un momento en que aquello nos afectó intensamente, pero hoy es una parte de nuestra vida que nos ha ayudado enormemente a vivir más felices.

Una de los temores que tuvimos al saber que habíamos viajado a Holanda fue pensar en que todo dejaría de ser igual. Nuestra vida ya no sería como antes y los proyectos e ilusiones tendrían que cambiar. Gran parte de esos pensamientos se centraba en que al haber viajado a Holanda, ya nada sería normal. Creíamos que estábamos obligados a decir adiós a las cosas de nuestro día a día y que tendríamos que aprender a hacer otras cosas distintas al resto de los papás. Aquel temor se fue quedando atrás con el paso del tiempo y poco a poco nos dimos cuenta de que en Holanda la vida es igual de normal como en Italia. Se habla otro idioma, cambia el paisaje, el clima, pero todo lo demás es prácticamente igual. Llegar a esta conclusión nos llevó un tiempo, pero ha sido una de las sensaciones que, sin darnos cuenta, más nos han ayudado.

Para nosotros, ver que hacemos las cosas habituales que suelen hacer los otros papás hace que confirmemos que en Holanda la vida es igual como en Italia. Nos sentimos muy felices allí, aunque eso no quita que sea muy placentero sentir que muchas sensaciones son iguales que las que sienten los que hablan italiano.

Durante el primer año de cole de Luis apenas pudo asistir a clase. Las distintas operaciones de estómago que tuvo, los problemas con su alimentación y las visitas a sus médicos hicieron que faltase más de lo que nos habría gustado. Sin embargo, este segundo año, salvo por alguna terapia a la que tenemos que llevarle, no ha perdido apenas ningún día de cole. Ahí es donde vemos la normalidad.

Nunca hemos querido ponernos las manos en los ojos para evitar pensar que su cole es de Educación Especial. Tenemos los ojos muy abiertos y somos muy conscientes de a donde llevamos a Luis y sabemos que es donde mejor está. La normalidad la vemos en que por fin hemos abandonado los hospitales para poder llevar a nuestro campeón a su cole holandés diariamente, haciéndole madrugar, llevándole al autobús y disfrutando de los fines de semana.

Pero llevar a nuestro hijo al cole no sólo se ha convertido en algo normal. Esa normalidad nos llena de alegría, pero ha habido momentos en que hemos tenido la suerte de superar esa alegría y convertirla en emoción. Los dos primeros momentos de emoción los vivimos en la función de final de curso y en la función de Navidad. El último y más reciente fue hace apenas unos días.

Su “tía” Alba es la que se encarga de llevar a Luis al autobús todas las mañanas y últimamente se llevaba a su hermanito Víctor para que le acompañase. Ver salir a Víctor contento para acompañar a su tete Luis al autobús es algo que hace que empecemos el día con energía positiva extra, pero hasta hace unos pocos días no supe lo emocionante que podría ser vivir aquella situación.

Pablo se quedaba desayunando conmigo mientras Víctor iba a acompañar a su tete al cole, pero un día, mientras desayunábamos los dos y nos despedíamos de Luis, le miré y le dije: “¿quieres que vayamos a acompañar también al tete al autobús?”. Todavía no ha aprendido a hablar, pero su afirmación fue tan tierna como simpática: “Hi”. Dejamos el desayuno en la mesa y nos unimos a Víctor para acompañar al tete Luis al autobús. Los tres iban muy contentos y la imagen me parecía tan bonita que no imaginaba que pudiese mejorar. Pero lo hizo. Vaya si mejoró.

Al llegar a la parada esperamos unos minutos al autobús y cuando llegó, mientras bajaban la rampa para subir el carro de Luis, los dos italianos subieron con su “tía” para llevar la mochila a su tete Luis. Me quedé mirando como subían a Luis por la rampa con una sonrisa mezcla de satisfacción, felicidad y emoción por ver la ilusión con la que sus hermanitos le subían la mochila al “tete Lis”, pero cuando les vi aparecer para dársela y que la colgasen en el carro se me hizo un nudo en el estómago. Apenas fueron unos segundos, pero las imágenes de aquella primera visita al cole, aquel primer post y lo que me costó ver el lado positivo se cruzaron en mi mente para compararlas con lo que estaba viviendo. Estaba disfrutando al ver como mi hijo estaba en un autobús holandés mientras sus hermanos subían a despedirse. Para rematar la belleza de esa imagen, al bajar Víctor y Pablo del autobús, los niños holandeses les despedían diciendo adiós desde las ventanas y mis italianos respondían contentos con sus manitas.

Poco podía imaginar al salir de casa que me dirigía a disfrutar de una de las imágenes más bonitas que puede tener un padre: el cariño entre sus hijos.

Igual como ir al cole es uno de los aspectos que más nos han ayudado para disfrutar de la normalidad, hay una parte vinculada a la infancia que no podemos dejar de lado y esa parte nos llegó ayer por sorpresa: la primera travesura holandesa.

Cuando Luis empezó a gatear lo hizo en el salón y durante mucho tiempo, aunque cada vez gateaba con más soltura, no salía de él. Poco a poco empezó a asomarse a la cocina, pero sin llegar a meterse. Ahora ya no tiene límites y le encanta empezar a investigar el resto de partes de la casa. Se mete en la cocina para tocar las luces del lavavajillas, va al lavadero para jugar con los controles de la lavadora y se mete en el pasillo cuando nos oye en la habitación. Con esa movilidad, era lógico que llegase la primera travesura. En el salón tenemos una gran parte de zona de juegos con unas estanterías para guardar las cajas con juguetes. Una de las cosas que más le gusta a Luis es acercarse a esa estantería y tirar las cajas al suelo para sacar todos los juguetes. En el recibidor tenemos el mismo tipo de estantería, pero con libros y algunas bandejas decorativas. Esa misma estantería fue el nuevo descubrimiento de Luis y poniendo en práctica su entrenamiento para tirar las cajas de juguetes, se acercó a la estantería y tiró todo lo que había en uno de los huecos: ordenador portátil, tablet y bandeja de cristal decorativa.

Es una satisfacción enorme pensar que por fin a Holanda también ha llegado ese tipo de normalidad y que acaba de despertar un gamberrete holandés.

Estamos disfrutando de de esa normalidad como padres, pero también como hijo tengo la suerte de empezar a saborear una especie de normalidad que era mucho más difícil de alcanzar por no estar en mi mano.

Siempre me ha dolido más pensar en el sufrimiento de mis padres que en el mío propio, por lo que al llegar a Holanda, aunque sabía o esperaba que acabaría disfrutando de aquel viaje, temía que los abuelos no pudiesen hacerlo. Siempre he intentado transmitirles lo felices que somos en Holanda y que para nosotros la vida allí es tan placentera como en Italia, pero ha sido Luis quien realmente está consiguiendo que sus abuelitos empiecen a ver Holanda del mismo modo que lo hacemos nosotros.

Por mucho empeño que pusiese, siempre sabía que mis padres, aunque me viesen feliz con Luis, no paraban de preocuparse por él y por nosotros. Sin embargo, el otro día tuve una conversación muy bonita con mi padre que me hizo sentirme más tranquilo, más feliz. Le llevé a la sesión de hipoterapia de Luis y por el camino fuimos hablando de todos su avances. Hace menos de dos años no podía sentarse sólo en el suelo y teníamos que rodearlo de cojines porque se caía. Hace menos de medio año, soñábamos con que pudiese gatear, hace cuatro meses era imposible que se pudiese levantar el sólo y hace dos conseguir que avanzase con un andador era un objetivo inimaginable. Sin embargo, ahora se sienta con la espalda recta y si no controla el equilibrio y va a caer, tiene los reflejos para sacar la mano y recuperar la postura. Se cruza el salón gateando y ya se atreve a investigar por el pasillo y la cocina. Se pone cien veces de pie apoyándose sobre el mueble de la tele imitando a sus hermanos y ha conseguido dar los primeros pasos con un andador.

Cuando recordaba todo esto con mi padre noté como le brillaban los ojos por la emoción y como, sin ser demasiado consciente de lo grande que era lo que estaba diciendo, comentó que disfrutaba muchísimo de los avances de su nieto y que ya no sufrían tanto por él. Resaltó que ya no sólo cogía a Luis al brazo para darle mimos, si no que ahora también su pequeño holandés le respondía y que eso le llenaba de ilusión.

Así que, para rematar esas sensaciones, su nieto holandés le hizo un regalo: Al llegar a la sesión de hipoterapia Luis ya estaba montado en su caballo y al ver a su abuelito le tendió los brazos y estiró su cuerpo para que le cogiera en brazos. ¿Hay mejor regalo para un abuelo que sentirse querido por su nieto?

Empiezo a disfrutar de la sensación de que los abuelos no sólo se han adaptado a la vida en Holanda, si no que empiezan a disfrutar de la misma normalidad que nosotros vemos en ese país. Ya no se trata sólo de tener que aceptar que vivimos en Holanda, si no que empiezan a disfrutar de sus costumbres y se sienten tan cómodos allí como en Italia. Sin darse cuenta y gracias a los avances de su nieto, mis padres han conseguido el permiso de residencia holandés.

Papá, nunca se me olvidará el dolor desgarrador que sentiste cuando, todavía en el hospital, tuve que decirte que Luis podría estar postrado toda la vida en una cama. Nunca olvidaré como te abracé con la impotencia más grande del mundo por no poder calmar tu dolor mientras veía que te rompías por dentro. Esa misma impotencia se ha transformado en orgullo al pensar como tu nieto, con cada uno de sus logros, ha conseguido hacer que su abuelo vuelva a ser feliz. Sé que ver las cosas de forma positiva no es tu especialidad, pero ver que cuando hablas de Luis rompes esa norma y lo haces de modo positivo es lo más grande que podría suceder. Seguro que no eres consciente de ello, pero ya no recuerdo el último día en el que hablaste con pena de Luis y su evolución, lo que hace que me sienta plenamente feliz y me hagas disfrutar todavía más de esa querida Holanda que nos ha adoptado a todos. Sin tu felicidad en Holanda, la mía no podría ser completa. Muchas gracias por haber superado lo insuperable. Te quiero abuelito holandés.

Sequía de palabras

11 marzo, 2015. Levantarte, caer y volverte a levantar.

Sequía de palabras

Podría decir que no he tenido un momento para sentarme con tranquilidad frente al teclado desde mi último post, pero no sería justo excusarme con eso. Ha habido momentos en los que podría haber abierto el ordenador y haberme puesto a liberar mis pensamientos plasmándolos en palabras, pero el vértigo a hacerlo era mayor cada día que pasaba. Nunca había estado tanto tiempo sin escribir y cada semana me encontraba menos preparado para empezar este nuevo post. Supongo que escribir es como hacer deporte. En cuanto coges el ritmo te engancha y todavía no has terminado de entrenar cuando ya estás pensando en la siguiente sesión. Sin embargo, basta dejar de entrenar durante algunas semanas para que cada día que pase te cueste más reengancharte. Cada día es un ladrillo más que tienes que saltar para encontrar la motivación y día a día el muro se va haciendo tan alto que llega un punto en el que ya no te planteas saltarlo. Simplemente vives con el muro. Te conformas con estar a ese lado y te acostumbras a vivir a la sombra de esa enorme pared. Cuando su altura era similar a la tuya se convertía en un sufrimiento saber que podías saltarla para llegar al otro lado. Era un sufrimiento porque podías hacerlo, todo dependía de ti, pero no encontrabas el momento para saltar. Sin embargo, al alcanzar una altura insuperable, ese salto queda fuera de tus posibilidades y el sufrimiento por no saltar se desvanece con el humo del convencimiento. Convencimiento de pensar que como no puedes saltar, ya no pasa nada si no piensas en conseguirlo. No puedo y no salto. Y a vivir con el muro. Tus metas, tus objetivos se centraban en saltar el muro para llegar al mismo nivel que tenías antes de dejarlo crecer. Ese objetivo te ciega y no te deja ver que hay otros caminos. Eso me ha pasado un montón de veces con el deporte, hasta que un día te das cuenta de que no es necesario saltar el muro para llegar al otro lado. Ni siquiera tienes que derrumbarlo, que sería la otra opción que podrías plantearte. No. Es mucho más sencillo. Sólo con bordearlo puedes conseguirlo. En ese momento te calzas las zapatillas y te decides a probar con un primer kilómetro, lento, pero con la motivación de estar por fin al otro lado. Pasarán varios días hasta que logres volver a engancharte con el deporte, pero volverás a hacerlo. Eso mismo espero y deseo con este post. Mi muro se ha hecho demasiado alto y me es imposible saltarlo para volver a tener el ritmo de hace unos meses. Sin embargo, por muchos metros que tenga de altura, acabo de comprobar que apenas mide unos pocos pasos de largo. Con sólo unas zancadas he conseguido llegar a la esquina y pasar al otro lado. ¡Y pensar que los ladrillos tienen únicamente unos centímetros de grosor y era lo que me separaba de volver a escribir!

Pues vamos a por ese ritmo que se me ha resistido durante cuatro meses. No será fácil y tendré que buscar como hidratarme para superar una sequía de palabras que me ha dejado el pensamiento seco durante demasiado tiempo. Por ese mismo motivo, por no ser fácil, será también tan satisfactorio.

Durante estos cuatro meses han pasado muchas cosas y tengo que ver si soy capaz de hacer un resumen en unas pocas líneas. Aunque pensándolo bien, otra opción será centrarme en unas pocas y dejar el resto para más adelante. Ya veremos qué es lo que da de sí la sensación de estar en el lado deseado del muro y dejaremos que la hidratación de mi pensamiento sea la que guíe mis palabras. Escribiré como siempre me ha gustado, sin esquemas, sin planes y sin metas. Simplemente dejando que las palabras salgan volando y recorran una hoja que hace unos minutos estaba vacía y que poco a poco se va rellenando. No sé cómo será el dibujo que resultará del vuelo de esas palabras, pero se que será sincero y gratificante y que me sorprenderá tanto como espero que os sorprenda a vosotros.

Desde el cumpleaños del campeón holandés no había vuelto a escribir de él, salvo algunas pocas publicaciones en Facebook mostrando los avances que va consiguiendo. Desde noviembre hasta ahora la evolución de Luis ha sido muy buena, tanto física como cognitivamente, pero lo más importante ha sido la evolución con sus problemas digestivos. En esta última parte es en la que me centraré hoy, ya que es en la que hay alguna parte negativa y de donde podré buscar cómo sacar el lado positivo.

Centrándonos en el problema digestivo de Luis, podría decir que estamos acostumbrados a levantarnos y volver a caer al suelo porque han sido demasiadas veces las que hemos tenido que hacerlo, pero prefiero rectificar parte de esa frase y decir que “han sido varias las veces que hemos tenido que hacerlo”. Decir demasiadas implica desfallecimiento y no quiero sentirme así. Cuando vemos que alguien se cae, se levanta y se vuelve a caer, todos le vemos como una víctima, alguien débil al que vemos con lástima y que desearíamos que tuviese más suerte en la vida. Nos compadecemos de él. Sin embargo, si alguien se levanta, se cae y se vuelve a levantar, todos le vemos con admiración, como un luchador que no cede ante la adversidad y que no se conforma con estar en el suelo. En este caso nadie se compadece de él, si no que se le mira con respeto y se le toma como ejemplo. El orden de esas tres palabras no depende de quien las diga. Depende del que se  se cae y se levanta. Si lo hace con empeño e ilusión cada vez que clava la rodilla en el suelo para volver a levantarse, con una sonrisa en los labios demostrando que es feliz por estar de nuevo arriba, todos verán que se levanta, se cae y se vuelve a levantar. Por el contrario, si cada vez que cae deja los brazos muertos y la impotencia le llena la cara mientras los ojos transmiten la derrota, todos verán que se cae, se levante y se vuelve a caer.

¿Cómo veis a nuestro campeón holandés? Nosotros sin duda le vemos con admiración y sabemos que siempre será una personita que se levantará, caerá pero volverá a levantarse con una sonrisa en los labios mientras nos mira buscando nuestra aprobación. Con esa mirada nos dice que está consiguiendo lo que nadie se habría atrevido a apostar por él.

Desde noviembre hasta enero estuvo sin ningún tipo de náuseas y su mamá y yo estábamos convencidos de que por fin habíamos despertado de la pesadilla. Muchos días lo comentábamos y nos daba miedo que fuese una buena racha y que volviese a empeorar, pero preferíamos disfrutar del momento mientras los días buenos se iban sumando uno tras otro. Hasta entonces siempre había tenido rachas buenas de unos 10 días, pero luego volvía a empeorar, por lo que al durar tanto esta racha teníamos la esperanza de que fuese la definitiva. En muchas ocasiones nos miramos con los ojos brillantes diciendo entre susurros “¡Ya está bien! !Ya no tiene molestias! ¡Ya está curado!” pero siempre contestábamos con miedo susurrando “calla, calla, no sea cosa que se acabe la racha”. Sin embargo, aprendimos a luchar contra esos susurros y a gritar que nuestro campeón ya estaba bien. Disfrutaríamos de ese momento y si llegaba el día en que volviesen los vómitos aprenderíamos a levantarnos de nuevo, tal como ha hecho siempre Luis. Entonces, tras más de dos meses sin síntomas de náuseas y estando convencidos de que ya habíamos dejado atrás un problema que nos había acompañado desde que Luis tenía apenas mes y medio de vida, las náuseas aparecieron. Y ese día, estando apunto de venirnos abajo, nos convencimos mutuamente de que las cosas habían cambiado. Hasta ahora nuestro pequeño holandés había estado siempre con nauseas salvo algunas rachas buenas que duraban unos pocos días. Sin embargo, ahora ya no volveríamos a aquella situación. A partir de ese momento Luis estaría bien y cada vez que tuviese vómitos sería porque estaría pasando por una mala racha. Hoy es uno de esos días en los que la racha es mala y ya llevamos tres semanas en las que siempre hay algunos días malos. Por eso no hay mejor momento para buscar el lado positivo. Ver sufrir a nuestro pequeño holandés es muy duro, sobre todo cuando vemos que ese sufrimiento le deja casi ausente y su sonrisa y sus ganas de luchar se desvanecen. Sin embargo, Luis se levanta, se cae y se vuelve a levantar, por lo que en cuanto le pasan las náuseas vuelve a sonreír. Con esa sonrisa regresa el campeón holandés y consigue llenarnos  de nuevo de vitalidad para pensar que sólo será una mala racha de unos pocos días. Es difícil pensar en positivo cuando ves que la llama de tu pequeño tiembla luchando por no apagarse, pero en cuanto el fuego se reaviva y brilla con esplendor, el orgullo y la admiración se desbocan en nuestro interior como una estampida de caballos queriendo sacar como sea nuestro lado positivo. Con su sonrisa Luis consigue que queramos ser como él. Queremos ser de los que se levantan, se caen y se vuelven a levantar. De los que si no pueden saltar el muro, no dudan en bordearlo. Y tú, ¿de quienes quieres ser?

Ilusión: cuatro años con mi Mont Blanc

11 noviembre, 2014. Cuatro años con mi Mont Blanc

Cuatro años de ilusión con mi Mont Blanc

Cuatro años con mi MontBlanc. Raro título para un post de este blog, ¿verdad? Pues no es tan raro como puede parecer. Déjame llevarte en el recuerdo cuatro años atrás y lo verás.

Hoy es el cumpleaños de Luis. ¡Cuatro años! ¡Cómo pasa el tiempo!

Cuando pienso en estos cuatro años se me vienen miles de cosas bonitas a la cabeza, pero cuando pienso en los momentos de antes de nacer Luis y los primeros días de su vida, esas cosas bonitas se quedan muy lejanas.

Llevábamos meses con miedo sin saber cuál sería el destino de nuestro viaje e intentábamos animarnos pensando que no había nada concreto que indicase que acabaríamos en Holanda. Era difícil superar ese miedo, pero una gran parte del tiempo conseguíamos hacerlo. Sin embargo, era un miedo lejano por algo que sabíamos que llegaría, pero que todavía no estaba visible en el horizonte.

A dos semanas del aterrizaje visitamos a uno de los pilotos y nos dijo que deberíamos disfrutar del vuelo. No había motivos para pensar que habría un cambio de destino e insistió en que llegaríamos a Italia sin problemas. En esa misma visita nos dijo que ya no nos veríamos más porque él no era quien pilotaría el avión, pero nos dio el contacto del personal de vuelo que nos atendería hasta el día del despegue.

La semana siguiente, a una semana del viaje, fuimos a visitar al personal de vuelo que nos indicó el piloto y allí empezaron a pensar que podría haber turbulencias, por lo que decidieron revisar mejor el tiempo para ver si era recomendable adelantar el viaje. Tras revisar la climatología decidieron que era necesario adelantar el despegue una semana y nos embarcaron sin haber tenido tiempo para preparar las maletas.

Todo fue muy rápido. Tuvimos que pasar el día separados y mi mujer estuvo dentro del avión durante un día entero sin que yo pudiese estar a su lado. Me dejaron entrar algún momento para ver si necesitaba algo, pero fueron apenas unos minutos repartidos a lo largo de un día interminable. Nuestro miedo a que cambiasen el destino de nuestro viaje estaba mucho más presente en aquellos momentos y se hacía mucho más difícil de digerir estando separados. Por la noche, y en vistas de que el avión no había podido despegar, nos llevaron a los dos a una zona del aeropuerto para que pudiésemos pasar la noche.

Los nervios iban en aumento y cada vez se hacía más difícil pensar que nuestro destino sería Italia. Sin embargo, luchábamos por no pensar en otros destinos y nos reservábamos nuestros temores muy adentro para no preocuparnos uno a otro.

Por la mañana volvieron a llevarse a mi mujer y de nuevo pasamos el día separados. Nervios y más nervios como compañero de viaje en la sala de espera del aeropuerto. Entrada la tarde sonó mi nombre por la megafonía y pude embarcar por fin para poder estar juntos durante el vuelo. Sabíamos que mi mujer no podía estar sentada en aquellos asientos, ya que hacía años había tenido un accidente de tráfico y sus caderas necesitaban un asiento especial durante el vuelo. Sin embargo, aunque ya se lo habíamos dicho al piloto hacía una semana, insistieron en que fuese sentada en turista. No querían darle el asiento especial hasta no estar seguros de que no podría viajar de modo normal. Tras un largo sufrimiento se dieron cuenta de que realmente necesitaba un asiento especial y la llevaron con urgencia para que aterrizase en el asiento que debía haber ocupado desde un principio. De haber hecho lo que les pedíamos el vuelo habría durado poco más de una hora, pero por no hacernos caso tuvimos un vuelo de casi dos días. Viajar en aquel asiento especial implicaba que yo no podría estar junto a ella en el momento del aterrizaje, pero por lo menos ella no sufriría el dolor al que la habían sometido durante aquellos dos días.

El aterrizaje fue tranquilo, pero tuvimos que bajar del avión separados. Nos dijeron que no podríamos salir del aeropuerto en unos días, pero nos permitieron ver desde las ventanas el paisaje de nuestro destino.

Desde la primera ventana por la que me asomé no podía saber si estaba en Italia o en Holanda, pero el clima frío y gris me hacía presagiar lo peor. Estuvimos dos días si poder asomarnos juntos por la misma ventana y cuando pudimos hacerlo se nos acercó el personal del aeropuerto para confirmarnos que habíamos llegado a Holanda.

Hace ya cuatro años de aquel viaje y me sorprende pensar lo contentos que estamos ahora por haberlo realizado. No solemos recordar lo difícil que fue aquel vuelo, si no todos los mágicos rincones que hemos ido descubriendo en Holanda.

Ahora, cuatro años después y con más experiencia para buscar lo positivo en cada situación, me alegra recordar como luchamos por poner buena cara a una situación que había intentado por todos los medios borrar nuestras sonrisas.

Cuatro años después es muy fácil sonreír y disfrutar de nuestro pequeño Holandés. Eso ya no tiene mérito, ya que es él quien se encarga de cargarnos las pilas y hacernos disfrutar de la vida. Sin embargo, disfrutar hace cuatro años era una tarea mucho más complicada.

Cuando alguien sufre un fuerte tropiezo, toda la energía positiva que tenía corre el peligro de desvanecerse y convertirse en pesimismo y desolación. Es demasiado tentador quedarte tumbado al notar un viento en contra que no te permite levantarte. Lo complicado es clavar la rodilla en el suelo e impulsarte con el otro pie para volver a levantarte. Para ello debes cargarte de motivación y querer retener toda la energía positiva para evitar que se escape.

No sé en que momento clavamos la rodilla en el suelo, pero lo importante es que lo hicimos. Uno de los primeros momentos que relaciono con haberlo hecho fue cuando, al poco tiempo de saber que estábamos en Holanda, tuve que ir a firmar la partida de nacimiento de nuestro holandés. Aquel momento podría haber sido uno de los más tristes de mi vida, pero no estaba dispuesto a que lo fuese. No quería que con el paso de los años el recuerdo de aquel momento fuese triste, por lo que mientras tenía la rodilla en el suelo me impulsé con fuerza con la otra pierna y di un salto hacia delante.

Desde hacía muchos años mi ilusión había sido tener una pluma Mont Blanc. Siempre había pensado en que algún día me decidiría a comprarme una, pero el precio era demasiado elevado y me reservé esa ilusión para cuando pudiese vincularla a un momento perfecto. Siempre había pensado que ese momento sería la firma de la partida de nacimiento de un hijo y cuando nos enteramos de que mi mujer estaba embarazada supe que por fin tendría mi pluma. Fue ella quien me regaló la Mont Blanc con mucha ilusión sabiendo que la inscripción de mi hijo en el registro la haría con ella, pero ninguno de los dos esperábamos que ese momento estaría empañado por la lluvia y frío de Holanda.

Podría haberme quedado tumbado y no luchar contra el viento. Podría haber perdido la ilusión y no haber firmado con mi pluma, pero estaría arrepintiéndome el resto de mi vida. Por suerte luché por levantarme y decidí cumplir mi ilusión y que la lluvia no me impidiese realizar lo que siempre había tenido en mente. Tenía el corazón triste, pero en algún rincón de él había un poco de ilusión que se empeñó en aferrarse a que la pluma Mont Blanc me diese un bonito recuerdo y me hizo firmar en el registro. Esa ilusión inunda ahora todo mi corazón, pero fue el pequeño rincón el responsable de que cada vez que veo mi pluma piense que con ella di un gran paso para ser feliz.

Esa pluma ya no sólo tiene un valor económico. Ahora tiene un valor sentimental que me acompaña cada día y que seguirá acompañando a mis dos italianos cuando tengan edad de entender esta historia.

No podemos dejarnos llevar por la desesperación y abandonar nuestra ilusión, porque llegará el día en que nos arrepentiremos por ello y no podremos recuperar el tiempo perdido. Por negro que se vea todo, siempre habrá un pequeño fósforo que podrá iluminar esa oscuridad. Tal vez no sirva para alumbrar el camino y permitirte recorrerlo, pero seguramente servirá para que encuentres tus zapatos.

Cuatro años después tengo la pluma Mont Blanc que me regalaron ligada a un bonito recuerdo y miles de recuerdos bonitos ligados a uno de los mayores regalos del mundo: mi campeón holandés. Muchas felicidades mi campeón. Sigue luchando como tú sabes porque cada barrera que superas hace que tus papás, primos, tíos y abuelos se sientan más orgullosos de ti. Con tus cuatro años te has convertido en un ejemplo a seguir para todos y en la personita que llena de ilusión nuestros días.

¿Tu crees que la procesión va por dentro?

18 de septiembre de 2014. Luis ya consigue gatear.

Nunca he camuflado la pena disfrazándola de alegría.

Parace que fue ayer y ya casi hace un año desde que publiqué el primer post de este blog en el que hablaba de nuestro campeón holandés. La verdad es que la respuesta recibida ha superado lo esperado y las alegrías que nos reporta compensan con creces las horas dedicadas delante del ordenador. Todo han sido buenos momentos, desde disfrutar escribiendo cada línea hasta recibir vuestros comentarios, pero lo más importante ha sido la sensación de normalidad que hemos tenido gracias a expresar en público nuestros sentimientos.

Desde los primeros días de vida de Luis supimos que nuestro campeón siempre sería holandés, incluso temíamos que fuese así antes de aterrizar en Holanda, pero no es una situación que puedas comentar abiertamente con tus amistades y eso crea una sensación de ahogo que no te permite estar totalmente tranquilo. No se trata de no tener confianza con los amigos y conocidos y tampoco de querer ocultarlo. Simplemente se trata de encontrar el momento correcto para hacerlo, pero ese momento nunca llega. Cada uno tenemos nuestra vida y desde que nació Luis hemos tenido menos tiempo para poder compartirlo con los amigos, por lo que cuando llegaba el momento de juntarnos era por alguna celebración. ¿Teníamos que encontrar en esa ocasión el momento para informarles de que nuestro hijo era especial? Imposible. Teníamos una mezcla se sensaciones muy distintas y ello ayudaba todavía menos a saber que pasos debíamos dar. Por un lado pensábamos que no teníamos por que dar explicaciones a nadie de que nuestro bebé era holandés, pero tampoco queríamos que pensasen que nuestra intención era ocultarlo. Queríamos que nuestro círculo de amistades tuviese la tranquilidad de poder preguntar por Luis, pero no queríamos forzar la ocasión para explicarles nuestra situación. El momento de contar algo así a un amigo no es agradable para el que recibe la noticia, ya que siente el dolor que puedes tener y es difícil saber como reaccionar ante una noticia así. Con todas estas dudas y sin encontrar el momento adecuado para hablar de Luis, fueron pasando los meses hasta que decidimos hacerlo público a través de este blog. Nuestro pequeño holandés tenía casi tres años y muchos conocidos siempre nos comentaban lo mismo cuando nos veían pasearlo con el carrito: “pobrecito, está durmiéndose”. Hemos escuchado cientos de veces ese comentario porque Luis tiene una gran hipotonía y apenas tenía fuerza para moverse, pero no podíamos explicar en medio de la calle que no era sueño, si no que Luis era especial.

El objetivo de este blog no era aprovecharlo para explicar nuestro viaje hasta Holanda y que todos los amigos y conocidos quedasen informados de ello. El objetivo era y sigue siendo conseguir que quien lo lea tenga ánimos para darse cuenta de que el mismo problema se lleva mucho mejor con un sonrisa. Sin embargo, lo que hemos conseguido es mucho más que eso. Hemos logrado animar a algunas personas a pensar de modo positivo, pero también hemos conseguido algo que no esperábamos y que nos llegó por sorpresa. Gracias a ir contando nuestros sentimientos y los avances de Luis hemos logrado que nuestro hijo sea un holandés admirado. Una de las cosas que más miedo me daba cuando nació Luis fue pensar en que toda la vida se nos había derrumbado y que a partir de ese momento todos nos verían de forma distinta. Todos nos mirarían con lástima. Todos nos verían como a los pobres papás de un niño con problemas. La verdad es que todo es muy distinto a aquel temor de los primeros días. Ahora nos sentimos afortunados no sólo por poder disfrutar de los avances de Luis si no también por poder tomarlo como ejemplo de superación.  Es verdad que  puede que haya quien piense en nosotros como “los pobres papás de Luis”, pero la mayoría de comentarios recibidos son para decirnos que somos unos luchadores y que podemos estar orgullosos de nuestro campeón holandés”. Y lo estamos.

A parte de estos comentarios, también hemos conseguido de forma inesperada que cada paseo por el pueblo sea muy agradable y que el carrito de Luis reciba muchas visitas para decirle lo campeón que es y lo que les emociona conocer sus avances. Luis ya no es ese bebé que siempre iba durmiéndose en el carro. Luis tampoco es ese niño que temíamos que diese lástima. Luis es ese campeón holandés que puede ir con la cabeza muy alta porque todos los que lo conocen lo admiran.

Escribir este blog me ha permitido también disfrutar expresando mis sentimientos, no sólo dejándolos a flor de piel, si no lanzándolos al vuelo a través de la red para que todo aquel que lo desee pueda leerlos, criticarlos o aplaudirlos. He disfrutado mucho a lo largo de cada uno de los posts y espero seguir haciéndolo durante mucho tiempo, aunque es esto último lo que mas escasea para poder escribir tanto como me gustaría.

Tal vez una de las mayores satisfacciones que he conseguido al redactar nuestras vivencias al lado de Luis han sido los comentarios recibidos. Comentaba antes que hemos conseguido animar a gente a que piense de modo positivo, pero me gustaría profundizar más en este aspecto y resaltar algo que es imposible de valorar. Hemos recibido comentarios de papas que están apunto de llegar a Holanda o que llevan allí poco tiempo y todavía no han conseguido adaptarse a su nuevo destino. Estos comentarios son lo más valioso que podría conseguir y nunca hubiera esperado que pudiese hacerlo. Estos papás, sumidos en un dolor muy profundo que por desgracia hemos conocido, nos escriben para decirnos que les damos ánimos y que nos agradecen todo lo que escribimos porque les ayuda a pensar que algún día llegarán a disfrutar de Holanda como nosotros. La sensación de saber esto es algo tan bonito que no consigo encontrar las palabras que puedan explicarla. Nos da mucha pena leer estos comentarios y pensar en el sufrimiento de esos papás, pero al mismo tiempo nos alegra saber que les damos esperanza. Recuerdo muy bien las palabras que escuché a una mamá en un programa de televisión. Aquellas palabras se quedaron grabadas en mi corazón. Luis era muy pequeño y nosotros no habíamos conseguido todavía adaptarnos a Holanda. Buscábamos el modo de seguir siendo felices, pero el peso de la pena nos lo ponía muy difícil. Esta mamá dijo algo que yo no pude entender en aquel momento. Por suerte, ahora lo entiendo perfectamente y espero que todos los papás que nos leen puedan entenderlo del mismo modo algún día. Fueron unas pocas palabras, pero no dejaré de recordarlas a diario durante toda mi vida. Esta mujer era la mamá de un campeón holandés de veinte años y lo que dijo para definir su situación fue simplemente: “Paso el día contando las horas para poder llegar a casa y sentarme en el sofá abrazando a mi hijo para ver la tele. Ese es el momento más feliz de cada día”. Entonces mi mente sólo sabía imaginar la situación negativa y sólo veía a una madre al lado de un joven con una lesión cerebral sentado en el sofá. La única escena que mi mente era capaz de imaginar tenía unos tonos grises muy oscuros y estaba cargada de tanta pena que no era capaz de entender que aquella mamá fuese feliz. Qué lejos quedan aquellos días en que no era capaz de imaginar la maravillosa visión de un niño que vive en Holanda, que no conoce otro país y es feliz allí, pero además, por fin llega su mamá de un día de trabajo y pueden disfrutar juntos de una conexión que llega a ser mágica y que llena tanto que hace que la alegría se desborde. Ahora que entiendo a aquella mamá es cuando me doy cuenta que estamos en su misma situación y que puede haber papás pasando por el mismo momento que pasamos nosotros pensando que es imposible superar ese dolor y volver a ser felices. Como el reciente caso de una mamá que nos escribió la semana pasada para comentarnos que hace poco que llegaron a Holanda y están todavía con el miedo de saber en que parte de ese país tendrán que vivir. Me llamó mucho la atención porque estaba en una fase por la que también pasamos nosotros y entonces nunca hubiese esperado que llegaría el momento en el que me dirían que debemos sentirnos afortunados por como está nuestro campeón. Al igual que su bebé, durante sus primeros meses Luis no conseguía sostener su cabeza, no nos miraba, no sonreía y ni siquiera sabíamos si podría ver. Todo eso que ahora hemos superado y que disfrutamos con locura eran temores que sufrimos durante muchas y largas semanas. Para nosotros era impensable imaginar que ahora estaríamos disfrutando tanto con cada pequeño pasito de Luis y espero que esa mamá, que nos ve afortunados ahora, también lo sea muy pronto. Esa es la forma positiva en que debemos pensar. Lo que ha logrado Luis no tiene precio y debemos disfrutarlo cada segundo.

Tengo este post en mente desde hace meses y tiene como origen una corta conversación con una de las personas a las que más quiero en el mundo. Recuerdo que me dijo que le encantaba leer cada uno de los posts, pero que se le encogía el corazón cada vez que escribía recordando los malos momentos por los que tuvimos que pasar los primeros meses de vida de nuestro holandés. Yo le contesté diciéndole que por eso me sentía tan feliz, porque lo que estaba en tinieblas en aquellos meses eran ahora días soleados y podíamos disfrutar de lo bien que estaba Luis. Sin embargo, su respuesta fue muy breve: “Si, pero la procesión va por dentro”. Esa respuesta me sorprendió y me dejó sin fuerzas para poder rebatirle nada. Me dejó triste al pensar que, pese a lo que disfrutaba teniendo a Luis al brazo, jugando con él, alegrándose por cada avance, seguía sufriendo por él y por nosotros como los primeros días. Mi alegría por Luis, la forma en que disfruto de él, lo que me emociona cada uno de sus pequeños grandes avances, no dejan espacio para ninguna procesión interna. Todo lo que me hace sentir mi campeón holandés es tan grande, tan intenso, que realmente no siento nada de pena dentro de mi. No se trata de intentar esconder la pena cubriéndola de muchas alegrías. No. Se trata simplemente de que no hay pena. Probablemente podría haberla si me parase a pensar en lo que puede llegar a ser de Luis el día de mañana, pero nunca me ha gustado mirar al futuro si no es para disfrutar. Simplemente vivo el presente, disfruto de lo que Luis ha conseguido y de lo bonito que es vivir a su lado. Viviendo el presente no hay nada que me haga sentir pena y todo lo que me transmite Luis es felicidad. Es una sensación que no hubiese podido imaginar los primeros meses de vivir en Holanda, pero que me encanta y que cada día valoro más. Cada sentimiento plasmado en palabras ha sido muy real y no he buscado en ningún momento camuflar la pena disfrazándola de alegría.

Nuestra estancia en Holanda ha ido pasando por diversas etapas y, aunque pronto nos adaptamos a vivir allí, no fue hasta que recibí un comentario en respuesta a mi primer post cuando me di cuenta de cual debía ser mi sueño. Hasta entonces, aunque ya disfrutaba de los paseos por los campos de tulipanes de Holanda, seguía estando equivocado en lo que tenía que esperar de la vida. Quería con todas mis fuerzas que llegase el día en que pudiésemos salir de Holanda y viajar por fin a Italia, aunque fuese mucho tiempo después de lo esperado. Sin embargo, gracias a aquel comentario cambié el sueño de mi vida. Ya no desearía más que Luis pudiese cambiar de nacionalidad y ser italiano. Eso era una utopía y no me dejaría nunca ser completamente feliz. A partir de entonces mi deseo sería ver a mi holandés feliz sin importarme lo que llegase a conseguir. Si Luis es feliz en Holanda y disfruta de su clima y sus paisajes, ¿por qué me voy a empeñar en que viaje a Italia? Sería un largo y duro viaje que tendríamos que hacer caminando cargados con una mochila, sin apenas comida ni agua y descalzos. ¿Merecía la la pena hacer pasar a Luis por ese viaje? Decididamente no.

En Holanda se vive muy bien y si nuestro campeón no deja de sonreír allí, no necesitamos estar en ningún otro sitio. Gracias a eso, ahora disfrutamos sin pretender llegar más allá de donde nos lleve Luis, siempre que lo haga con una sonrisa. Cada vez que nos mira, nos sonríe o ríe a carcajadas, nos da vitaminas para seguir siendo felices en cualquier destino. Eso es lo más bonito del mundo: saber lo que tienes y disfrutar de ello. Dejar de disfrutar de lo bueno de la vida porque querrías algo mejor sería el mayor error que podríamos cometer. Sin ir más lejos, esta mañana Luis estaba jugando tumbado en el salón y de repente se ha puesto a gatas. Los últimos meses está consiguiendo avanzar unos pocos pasos a gatas para alcanzar algún juguete, pero lo de hoy ha sido mucho más especial. Al ponerse a gatas se ha dirigido hacia su juguete preferido y lo mágico ha sido que ha pasado de largo y ha seguido hacia el sillón en el que estaba sentado mirándolo. Al llegar a los pies del sillón se ha sentado sobre sus rodillas y ha levantado las manos para pedirme que lo cogiese en brazos. ¿Cómo voy a dejar de emocionarme y disfrutar con estas cosas por tener el sueño de que camine algún día? Es impensable dejar de sentir felicidad con estas cosas, ¿verdad? Pues seguiremos haciéndolo y disfrutando de cada pequeño avance sin pensar a donde nos llevarán. Da lo mismo si estamos en Holanda, Italia, España o Japón. Cualquier destino es perfecto si mis hijos son felices.

¿La emoción moja?

24 de julio de 2014. El ratoncito que desató mi emoción.

La emoción es la llave que abre la puerta a mis lágrimas.

Llevamos ya un mes de verano y este año lo empezamos con una cantidad enorme de lágrimas. Hacía tiempo que no lloraba tanto y durante tanto tiempo, pero el día en el que acabó el cole de nuestro holandés casi me quedé seco. Ese mismo día me hubiese encantado encontrar unas horas para sentarme a escribir, pero apenas tuve tiempo de comentarlo en una breve entrada en Facebook.

Desde aquel día he querido sentarme a escribir pero no consigo encontrar el momento para hacerlo. Entre la terapia intensiva que está haciendo Luis con el método Therasuit, las consultas con sus médicos y los dos italianos, apenas tenemos tiempo para nada más. Por fin esta mañana he tenido las fuerzas para levantarme una hora más pronto y antes de llevar a Luis a su terapia he conseguido sentarme a escribir. Bueno, no es totalmente cierto que haya tenido fuerzas para levantarme. El motivo real es que nuestro holandés ha dicho que no quería dormir más a las 6:30h. y he acabado levantándome para aprovechar el momento. Luis cada vez quiere estar menos en brazos y prefiere estar jugando en el suelo, por lo que cuando se despierta tan pronto, aunque queramos acunarlo, suele pedirnos que le dejemos sobre el suelo de espuma del salón para jugar. Sin embargo, hoy he podido tenerlo jugando en brazos hasta las 7:30h. por lo que he tenido menos tiempo del que creía para escribir, pero mucho más para disfrutar de mi campeón. Apenas tengo unos minutos para escribir, pero lo por lo menos podré empezar las primeras lineas de un post que llevo retrasando durante demasiado tiempo. Hace un mes tenía muy claro sobre lo que iba a escribir el siguiente post. Una semana más tarde sucedió algo que me hizo tener otra idea. Unos días más tarde pensé en otra temática y ahora estoy lleno de dudas sobre lo que escribir. ¿Dejo cada idea para un post distinto o las unifico en el mismo post? Bueno, haré lo que más me gusta. Sentarme a escribir y dejar que las palabras vayan fluyendo como quieran, sabiendo como empezar pero sin saber como serán los siguientes párrafos. Será difícil porque seguramente escribiré buscando huecos en lugar de hacerlo todo de un tirón, pero espero que esos huecos no se distancien mucho en el tiempo para no perder demasiado el hilo. Lo dejo aquí de momento a la espera de encontrar más minutos para poder sentarme ante el teclado.

Cuatro días más tarde vuelvo a encontrar otro hueco para escribir, pero de nuevo serán sólo unos minutos, ya que en media hora tengo que llevar a Luis a su sesión de hipoterapia. Los primeros minutos que conseguí dedicar a este post sirvieron para escribir las primeras lineas e hicieron de trampolín para poder empezar el post. Hoy me servirán para decidir la temática de un post que espero poder terminar esta noche: la emoción moja.

El día en que acabó el cole fue la fiesta de final de curso de Luis y se iba a celebrar una función con todos los niños holandeses. Tengo que reconocer que no estaba demasiado ilusionado en ir a la función y a la comida que se celebraba después, ya que nuestro campeón apenas se enteraría de nada, pero sobre todo porque tenía miedo de que ver a tantos niños especiales me afectase y me entristeciese. Recuerdo la ilusión con la que fui a ver la guardería a la que irán los dos italianos a partir de septiembre y la comparo con la tristeza que nos dio ver el colé de Luis la primera vez. Conseguir que esa tristeza se volviese en alegría es lo que sirvió para escribir el primer post de este blog, pero fue un duro día y temía volver a pasar por lo mismo. Una función de final de curso en la que tus hijos saben que empieza el verano y tienen alegría de ir a ese acto es muy diferente a lo que nos esperaba a nosotros. De echo, podíamos invitar a los abuelos para ir a la función y a la comida, pero no quise que pasasen por una situación difícil y preferí no decirles nada. Ahora me arrepiento. Ahora se lo equivocado que estaba. Ahora, tras haber disfrutado como nunca, siento no haberles llevado con nosotros.

Al llegar estábamos un poco perdidos porque apenas conocemos al resto de padres de los niños holandeses que van a ese cole, lo que unido al miedo que tenía por sentirme triste hizo que los minutos que esperamos hasta que entramos en el salón de actos se me hiciesen eternos. Además, el calor era insoportable y temía pasarme la función limpiándome el sudor de la frente. Sin embargo, nada de eso sucedió. En cuanto entramos al salón de actos la magia del momento me envolvió. Allí no había niños con las caras pintadas como animalitos. No. Allí sólo había verdaderos personajes salidos de las fábulas y cuentos que todos hemos escuchado de pequeños. Estaba la Ratita Presumida, el ratoncito con el que se acabaría casando, conejitos, ardillas, leones, y, detrás de todos ellos, en medio de una fila de ratoncitos, estaba el ratón más dulce que Walt Disney podría imaginar. Allí estaba nuestro pequeño holandés, con su naricita y orejitas de ratoncito, esperando a que sus padres lo viesen para quedarse derretidos por la emoción. En medio de una gran sala de actos con unos pocos bancos delante de un escenario formado por un montón de sonrisas especiales desapareció mi miedo a vivir una experiencia triste y mi corazón se llenó de una emoción que todavía disfruto cuando la recuerdo escribiendo estas líneas. La situación de Luis es lo más alejado de la normalidad que podíamos esperar cuando estaba en la barriguita de su mamá, pero en la situación menos normal de todas, rodeados de sus compañeros holandeses, vivimos uno de los momentos de mayor normalidad hasta la fecha. Los personajes de fábulas que acompañaban a Luis en el escenario estaban en sillas de ruedas, al igual que él, pero el echo de poder vivir una experiencia así por primera vez hizo que pudiésemos disfrutar de un capítulo que hasta la fecha nos era desconocido: la función de final de curso de nuestro hijo.

Ese día no encontré tiempo para sentarme a expresar todos los sentimientos que tuve la suerte de vivir, pero no pude evitar escribir unas líneas en Facebook porque tenía la necesidad de gritar bien fuerte lo que me habían hecho disfrutar todos aquellos ángeles holandeses. Quería esperar a plasmarlo en un post, ya que eso me permitiría poder hablar más extensamente de la experiencia vivida, pero tuve tan gran satisfacción que me vi obligado a escribirlo. Fue mucho más breve de lo que me hubiese gustado, ya que la explosión de sentimientos que detonó en mi corazón era difícil de explicar en un resumen, pero me sirvió para matar el gusanillo hasta el día de hoy.

En apenas cuatro líneas he dicho que aquellos ángeles me hicieron disfrutar y que tuve una gran satisfacción de poder vivir aquella experiencia. Eso tan sólo son dos detalles que se quedan muy cortos si pretendo explicar todas las sensaciones vividas.

Como comentaba antes, hacía mucho calor y temía pasar toda la función limpiándome las gotas de sudor de mi frente. Sin embargo, no recuerdo haberme tenido que secar ni una sola gota de sudor, aunque mis manos si que hicieron incontables viajes a mi rostro para limpiarlo de agua. Agua salada, como el sudor, pero no salía de mi frente, si no de mis ojos. En cuanto vi a mi ratoncito empecé a llorar de emoción, pero lo más bonito es que durante la hora que duró la función no dejé de hacerlo. Lloraba sin poder evitarlo, pero tampoco me lo propuse. Estaba disfrutando de cada una de aquellas lágrimas y no quería parar. Desde que nació Luis apenas he llorado y las veces que lo he hecho ha sido siempre de felicidad. Nunca sabré el motivo por el que no me salían las lágrimas de tristeza durante los primeros meses de vida de nuestro holandés, pero la cuestión es que en cuanto me emocionaba aprovechaban para salir a empujones. Aquello debió suceder el día de la función, ya que parecía que mis lágrimas querían aprovechar que había abierto la puerta y ni siquiera una quería quedarse dentro.

La primera representación fue la de La Ratita Presumida. Esa era la actuación en la que Luis hacía de “extra” y disfruté viendo como los protagonistas representaban a cada uno de los animales que le pedían matrimonio a la ratita mientras ésta les daba calabazas. Por último, salió un ratoncito muy simpático que con las famosas palabras “dormir y callar” se ganó el amor de la ratita.

Una vez finalizada esta representación se llevaron a todos los participantes y Luis ya no volvió a aparecer en el escenario, pero no por ello cesaron mis lágrimas ni mi emoción. Tal vez por eso me pareció tan mágica aquella experiencia.

Hasta ahora la emoción estaba directamente relacionada con ver a nuestro pequeño holandés en el escenario, pero con las siguientes actuaciones, aunque ya no estaba Luis, la emoción se mantuvo en lo más alto. Cada vez que veía a un grupo nuevo salir a representar sus personajes me volvía a desbordar una sensación de ahogo provocada por picos de emoción en estado salvaje. Las lágrimas eran la parte visible, pero la sensación de que mi corazón quería explotar, de que el pecho se me encogía y me faltaba el aire, era la parte que vivía por dentro. Esa sensación la tuve ininterrumpidamente durante toda la función y disfruté de ella cada segundo saboreándola al máximo.

Era emocionante ver como los holandeses desprendían esa enorme ilusión al representar sus personajes y como ante cada escena sonaban los aplausos más sinceros que he escuchado en la vida. ¿Cómo podía haber tenido miedo de vivir aquella situación? Me da un poco de vergüenza reconocerlo, pero tenía miedo de que me entristeciera estar compartiendo unas horas con niños especiales como Luis. Sin embargo, me llenaron de alegría. Alegría por haber ido. Alegría por lo que me hicieron disfrutar. Alegría por verles felices. Alegría por lo que aprendí. Si, porque ese día no sólo disfruté, también aprendí una nueva lección: ¡querer es poder! Todos esos ángeles han tenido más barreras en su corta edad que las que tendremos nosotros nunca. Sin embargo, allí estaban, disfrutando al representar los papeles que habían ensayado y felices de hacerlo ante los aplausos de su público. ¿Qué nos impide a nosotros lanzarnos a hacer lo que nos gustaría? ¿El miedo? ¿La vergüenza? ¿El “qué dirán”? Dejemonos de excusas y saltemos a hacer aquellas cosas que llevamos tanto tiempo retrasando.

En la entrada que publiqué en Facebook comentaba que en “Pretty Woman” Julia Roberts dijo “me he meado en las bragas” al salir de su primera ópera. Yo derramé tantas lágrimas que el sudor no pudo aparecer a lo largo de la función y si llega a durar algo más me hubiese deshidratado. Estoy convencido de que si alguna vez voy a la ópera no disfrutaré tanto como disfruté con el fin de curso holandés. Seguramente en las siguientes funciones también disfrutaré, pero nunca será lo mismo. Me da pena pensar que ya no me sorprenderá la emoción porque sabré lo que me espera. Sin embargo, siempre guardaré en mi memoria mi “primera vez” y la disfrutaré en el recuerdo como un tesoro que encontré sin haberlo buscado. Seguramente la mayoría de vosotros seréis afortunados por no tener que ir a ver una función de un familiar holandés, pero me gustaría aprovechar las últimas líneas del post para dar ánimos a todos aquellos que si que tienen un ángel holandés en su familia y decirles que disfrutarán de ellos como nunca lo han soñado. Si ya lleváis años disfrutando de vuestro ángel no hace falta que os explique nada. Sin embargo, si hace apenas unos meses que habéis aterrizado en Holanda y todavía estáis llorando por haber llegado a un destino que no esperabais, me gustaría daros ánimos  y confirmaros que en Holanda disfrutaréis tanto como en Italia.

Tengo la suerte de haber tenido un holandés y dos italianos y de ninguno de ellos disfruto más que de los otros. Cada uno me da algo especial. La única diferencia está en que ya sabía de antemano lo que iba disfrutar en Italia, pero nunca hubiera imaginado lo que estoy disfrutando en Holanda. Los niños son magos sin chistera que en lugar de sacar conejos, hacen aparecer sonrisas. En Holanda también hay magia y tu mago terminará haciéndote sonreír.

¡Mierda, cagao, culo!

28 de mayo de 2014. Lo importante es sonreír.

Lo cotidiano puede convertirse en importante.

¿Cuántas veces os reísteis cada vez que escuchabais esa frase al niño protagonista de “La Guerra de Papá”?

Eran palabras prohibidas que no podía decir un niño y que sólo de oírlas ya nos daba la risa tonta. Para muchos son los primeros recuerdos que tenemos de decir o escuchar tacos. Desde ese momento nos llamaron la atención cada vez que decíamos mierda o culo. Ahora somos adultos y ya no nos parece algo prohibido decir esas palabras. Tampoco hay nadie que nos llame la atención si decimos caca o cagao, entre otras cosas porque ya no las utilizamos como taco. Ahora son palabras que podemos utilizar en nuestro día a día, pero con un sentido normal que les quita toda la gracia. Han dejado de tener ese riesgo divertido que corrías al decir algo prohibido para pasar a ser palabras aburridas que no tienen ninguna importancia. Lo contrario sucede con los hechos a los que hacen referencia. Cuando éramos pequeños podíamos decir en público que queríamos hacer caca y era totalmente normal. Sin embargo, ahora se ha convertido en tabú y poca gente se siente libre hablando de ir a hacer caca. Como mucho podemos decir que vamos al baño. Esos hechos que son algo cotidiano han pasado a ser algo que queremos que pase desapercibido en nuestro día a día.

Pues bien, esa parte cotidiana puede convertirse algunas veces en algo muy importante.

Recuerdo que hace años operaron a un buen amigo y tras despertar de la anestesia le dijeron que tenía que orinar. Pasaban las horas y mi amigo no conseguía orinar, por lo que poco a poco hacer pis se iba convirtiendo en una de las cosas más importantes para él. Le habían dicho que si no hacía pis tendían que ponerle una sonda y el pánico a ese momento le daba una importancia mucho mayor a orinar de la que nunca había tenido. Me atreveré a contar aquí que por desgracia no pudo orinar y tuvieron que sondarle, pero todavía recuerdo como me reía cada vez que me lo contaba poniendo especial énfasis en la parte en la que no paraba de gritar a la enfermera: “puta”, “puta”, “puta”.

El siguiente recuerdo de lo importante que puede llegar a ser algo tan normal vuelve a tener relación con el pis. En este caso el protagonista es un familiar y la situación no es tan graciosa como la de mi amigo. Tras operarle, tuvo que llevar una sonda durante algunos días para poder orinar, con tan mala suerte que un coágulo de sangre taponó la sonda y quedó obstruida. Seguro que todos recordáis algún momento en el que os habéis estado meando y no habéis podido aguantar ni un segundo más. Es una sensación que puede llegar a ser muy molesta, sobre todo si vas en el coche y pillas algún bache. Imaginaos entonces que en una de esas situaciones, cuando por fin podéis orinar, os es imposible y tenéis que aguantar durante una hora más. Eso es lo que pasó. Al llevar sonda no notaba cuando orinaba por lo que al taponarse no se dio cuenta de que no podía orinar hasta que ya empezaba a tener dolores. En ese momento tuvimos que coger el coche e ir al hospital a Valencia. Ese viaje fue un infierno y todavía recuerdo el dolor en su gesto cada vez que pasábamos por un bache o simplemente tenía que frenar en un semáforo. En ese momento poder orinar era lo más importante del mundo.

Y hasta aquí el capítulo del pis. ¿Pasamos a la caca? Oh! Ha dicho caca! Ha dicho caca!!

Salvo algunos casos puntuales en los que alguien se atreve a contar alguna anécdota graciosa, las palabras caca o cagar suelen dejarse de lado en conversaciones normales. Estas acciones también pueden llegar a ser algo primordial dependiendo de las situaciones, pero antes de entrar en detalles quiero agenciarme de una historia que me contaron unos primos. Es una historia muy graciosa en boca de mi primo y difícilmente podré acercarme a lo que él transmite, pero lo haré lo mejor que pueda.

Mis primos estaban hablando sobre la necesidad que tenía uno de ellos para poner unas rejas a su casa de campo. El otro le comentó que sabía donde había varillas de acero de las que se utilizan en las obras y que estaban tiradas en medio del campo. Con esas varillas podría hacerse unas rejas y lo único que tenían que hacer era ir a recoger las que le hicieran falta. Las varillas llevaban mucho tiempo tiradas en medio del campo y parecía que estaban abandonadas, pero para evitar que nadie les llamase la atención decidieron ir por la noche. Cogieron el coche, engancharon un remolque y se fueron dispuestos a cargar las varillas necesarias para las rejas. Dejaron el coche en la carretera, lo más cerca posible a la zona donde estaban las varillas, y se dirigieron a ver cuántas había y cuales podían servirles. Estaban ya apunto de empezar a cargarlas cuando vieron que por la carretera llegaba un coche. Se quedaron quietos mirándose y al ver que el coche iba reduciendo poco a poco la velocidad decidieron agacharse y esconderse tras unos matorrales. El coche siguió deteniendo la marcha hasta que frenó justo enfrente de donde estaban mis primos. Al detenerse el coche mis primos se miraron pensando que alguien había visto su remolque y que había parado para ver si estaban robando las varillas. Entonces el conductor apagó las luces y el motor, bajó del coche y se dirigió directamente hacia los matorrales tras los que se habían escondido. “Ya nos han pillado” pensaron. El conductor siguió caminando hacia ellos y cuando estaba justo al otro lado de los matorrales se bajó los pantalones, se puso de cuclillas y se decidió a aliviar su estómago. No llevaba demasiado tiempo agachado cuando se le fue acostumbrando la vista a la oscuridad y empezó a fijarse en que había algo tras los matorrales. Mis primos seguían agachados en silencio y en ese momento uno de ellos se quedó mirando también al conductor y le gritó: “¡Buuuu! Todavía se están riendo cuando piensan la cara de asustado que puso y como corría dirigiéndose hacia su coche con los pantalones bajados, al igual que yo sonrío cada vez que recuerdo el momento en que me lo contaron.

En estos momentos os estaréis preguntando si os habéis confundido de blog. Seguramente no entendéis los motivos por los que estoy hablando de cosas tan distintas y por qué todavía no he escrito nada sobre nuestro pequeño holandés o de sus hermanos italianos. Y sobre todo os seguirá descuadrando el título de este post “¡Mierda, cagao, culo!”. Espero que hayáis llegado hasta aquí con esa curiosidad y que no hayáis abandonado al segundo párrafo. No se si habrá valido la pena, ya que todavía no tengo muy claro como saldré de esta bola de nieve que he ido creando, pero espero que finalmente tenga sentido. Cuando empecé a escribir este post tenía muy claro lo que quería, pero fue una idea fugaz de las que duran sólo un segundo. Una de esas ideas que antes de entenderla ya se ha desvanecido y si no la anotas termina difuminándose sin que puedas llegar a recuperarla. Me puse rápidamente a escribir y le puse el título sin saber demasiado bien a donde me llevaría. Esas ideas se deben curtir en caliente y apenas pude dedicarle unas pocas líneas. Hace ya varios días desde que empecé a escribir este post y la idea está bastante fría, por lo que el final de lo que estoy escribiendo todavía no lo tengo en mente. Si habéis llegado hasta aquí, os animo a que sigáis porque llegaremos al mismo tiempo y con la misma incertidumbre al desenlace final.

Todo es relativo, incluyendo la felicidad. En muchas ocasiones he comentado que debemos disfrutar de todo lo que nos sucede en el día a día, de las cosas pequeñas que pasan desapercibidas, pero que si no las tuvieses notarías enormemente su falta. Pues para empezar a centrarnos en los positivo, paraos a pensar en un día normal. Uno de esos días que se repiten una y otra vez y que no tienes nada especial que contar, pero tampoco nada malo. Esos días seguramente tendrás en mente que te va a costar llegar a final de mes, que te aburre tu trabajo, que desearías estar de vacaciones. Sin embargo, pocas veces pensarás en lo poco que necesitas para sentirte feliz. No voy a repetir que deberías pensar en que eres afortunado por tener un trabajo, aunque no cobres mucho y odies a tu jefe. Tampoco en que deberías pensar en que falta menos para las vacaciones. Lo que te propongo es mucho más sencillo. Mucho más fácil. Piensa en ese mismo día, volviendo a casa del trabajo, con los mismos pensamientos, pero meándote sin poder aguantar ni un segundo más. En ese momento, estés en el coche, en el metro o en el bus, da lo mismo, sólo piensas en poder llegar a casa para poder hacer pis. En ese momento te da lo mismo la nómina, tu jefe o las vacaciones. Mear te haría feliz.

Pues imagínate ahora que esa sensación, esa necesidad de llegar a casa para ir al baño, no es tuya. Imagínate que esa necesidad que necesitas aliviar la está sufriendo tu hijo. Tu puedes aguantar dolor, pero ¿cómo soportas el dolor que sufren las personas a las que más quieres? Estar meándote puede ser algo puntual, algo que se solucionará en unos minutos y que no se repetirá durante un tiempo, hasta que vuelva a repetirse una situación en la que las ganas de orinar vuelvan a coincidir con la falta de posibilidad de hacerlo. Sin embargo, ¿qué pasaría si cada vez que quieres mear tienes esa misma sensación de dolor que se produce cuando la vejiga está llena y no puedes vaciarla? Imagínate que todos los días se repite esa situación una y otra vez. ¿Solucionar esa situación no sería una de las cosas que más feliz te haría? Y simplemente estamos hablando de mear, de algo que haces varias veces al día sin pararte a pensar en ello. Pues espero que, por lo menos la primera vez que vayas a mear al baño después de haber leído esto, lo hagas con una sonrisa al al recordar esta locura de post y pensar en lo agustito que estás pudiendo hacer pis con normalidad.

Ahora ya estamos en situación de poder centrarnos en lo importante, en lo que irá forjando el final de estos párrafos. Es el momento en el que volvemos a hablar de Holanda y de nuestro pequeño holandés, momento en el que este post vuelve a tener sentido en este blog. Y es que en Holanda también tienen necesidades fisiológicas.

Luis nació en una zona de Holanda que le ha obligado a ir muchas veces al hospital y ha pasado siete veces por el quirófano. Todas las operaciones han sido para solucionar su problema de estómago y en cada una de ellas se sigue el mismo proceso de recuperación. Una de las cosas más esperadas en ese proceso es el momento en el que consigue hacer caca y tirarse pedetes ya que es la señal de que su estómago e intestinos han vuelto a ponerse en marcha y todo funciona bien. Si antes os comentaba lo importante que se vuelve poder orinar cuando tienes la vejiga llena, no hace falta que os diga lo importante que se vuelve el que tu hijo pueda hacer caca después de una operación.  Durante los primeros días todo gira entorno a eso y las primeras preguntas de los médicos y enfermeras son referentes a si consigue hacer caca y tirarse pedetes. Recuerdo que una de las últimas operaciones coincidió con las fiestas del pueblo y mis padres no tenían ánimos de salir a cenar con los amigos porque su nieto estaba ingresado. La operación había salido bien, pero los abuelitos de Luis estaban preocupados y no querían salir de casa. Esa misma tarde Luis consiguió hacer caca y recuerdo que les llamé para darles la noticia al tiempo que les decía muy contento que ahora ya no tenían motivos para no salir a cenar. Luis había conseguido hacer caca y eso era motivo de celebración, por lo que debían animarse y salir a compartir esa noche con los amigos. Seguro que entre toda la gente del pueblo que estaba disfrutando de una noche de fiesta nadie podía imaginarse que había dos personas que también estaban allí gracias a una caca 🙂 .

Pero tampoco son las cacas y los pedetes holandeses los que me llevaron a escribir este post. Aunque eso ha sido muy importante en cada una de las operaciones de Luis, no es el principal motivo de llenar tantas líneas con pis y cacas. El motivo principal de un post tan guarro son los eructos.

En cada una de las operaciones de Luis hemos ido a ciegas para resolver un problema de estómago que nadie termina de entender. La primera operación era muy esperanzadora y todo salió bien. Era una operación anti-reflujo y estuvo comiendo sin molestias durante unos días, pero el mismo día en que nos dieron el alta volvió a tener muchas nauseas y ni siquiera llegamos a salir del hospital. Tuvimos que quedarnos ingresados de nuevo a la espera de una nueva operación. El motivo de esta nueva operación era que el estómago se giraba sobre si mismo e impedía el paso de la comida hacia el intestino, lo que le producía muchas nauseas. Si unimos esto a que acababan de operarle de reflujo y no podía vomitar, el malestar era imposible de parar. Antes comía y cuando tenía nauseas vomitaba y le pasaban las molestias. Ahora, con la operación anti-reflujo, comía, tenía nauseas, pero no podía vomitar, por lo que las nauseas no cesaban y se nos hacía eterno ver lo mal que lo pasaba nuestro pequeño. Incluso en ese momento, con el bajón de pensar que todo volvía a empezar, que no podíamos ir a casa y que todo estaba peor que antes, le vimos el lado positivo: menos mal que nos había pasado en el hospital y que podrían operarle rápido sin entrar en lista de espera.

Esa segunda operación consistió en fijar el estómago para que no se girase y que el alimento pudiese pasar bien al intestino. La recuperación fue rápida y Luis pronto consiguió que su estómago e intestino se pusiesen en marcha. A los pocos días nos dieron el alta y durante casi un mes estuvimos disfrutando de alimentar a Luis con cuchara sin que tuviésemos que forzarle a tragar. Pero poco a poco fue cerrando la boca al tiempo que empezaban de nuevo las nauseas. En este caso, pese a tener hecha la operación anti-reflujo, empezó a vomitar más hasta el punto de hacerlo en todas las comidas.

Tras un tiempo luchando contra esta situación decidieron que el problema de Luis era que la parte inferior del estómago seguía suelta, por lo que volvieron a programar otra operación. La sujeción del estómago la habían hecho en la parte superior y no había sido suficiente, por lo que teníamos que volver a pasar por el quirófano. La operación volvió a salir bien y la recuperación fue rápida, con caca incluida 🙂  .

Pero de nuevo la alegría duró sólo unos días y pronto volvieron las nauseas y los vómitos. Ya no sabíamos que más podía estar pasando a nuestro holandés, pero todo indicaba que de nuevo tendría que volver al quirófano.

Todo volvía a repetirse. La operación salía bien, Luis se recuperaba pronto, pero a los pocos días volvía a tener nauseas. Los médicos estaban muy pendientes del historial de nuestro hijo, pero en cada operación nos parecía que iban más perdidos. En este caso parecía que había algo en el intestino de Luis que provocaba una obstrucción, lo que hacía que el alimento no circulase bien y el estómago estuviese lleno durante mucho más tiempo de lo normal. Pocas veces debe haber unos padres con tantas ganas de escuchar y unos cirujanos con tantas ganas de contar que han encontrado algo mal al abrir a su hijo. Tanto nosotros como los médicos esperábamos que al salir del quirófano nos dijesen que habían visto algo en el intestino de Luis que explicase todos su problemas. Sin embargo, fue muy triste saber que todo estaba normal y que no había nada que pudiesen hacer para solucionar sus problemas. ¿Qué puedes arreglar cuando no hay nada estropeado? Dejando de lado esta decepción, por suerte, de nuevo tuvimos una rápida recuperación y la caca volvió a aparecer.

Resalto una y otra vez que Luis conseguía hacer caca después de cada operación porque era una de las cosas que más nos preocupaba y que más tranquilidad nos daba cuando sucedía. El primer día después de las operaciones siempre iba muy bien. El segundo día era cuando Luis empezaba a comer y esa noche solía tener muchas molestias por los gases. Estas molestias solían pasar en el momento en el que conseguía hacer caca y tirarse pedetes. Esas noches en las que nuestro holandés no dejaba de quejarse nos parecía que lo más importante del mundo era que pudiese hacer caca y el ruido de los pedetes era el mejor sonido que podíamos escuchar. Ya hubiese querido Beethoven que unos oídos tuviesen tantas ganas de escuchar sus sinfonías como nosotros de escuchar los pedetes de Luis.

En este momento Luis ya había dejado de comer y la alimentación tenía que ser a través de una sonda que le habían colocado en la nariz. Estuvo tanto tiempo alimentándose a través de esa sonda que nos parecía hasta normal. Sólo ahora, al mirar las fotos de aquellos días, nos llama la atención ver esa sonda saliendo de su nariz. Parece mentira como llegas a acostumbrarte a lo que ves diariamente, por extraño o impactante que pueda resultar para otras personas.

Tras un tiempo en lista de espera llegó la hora de  cambiar aquella sonda provisional por una que iría directamente a su estómago. Teníamos muchas ganas de que llegase ese momento para que Luis pudiese descansar y no estuviese soportando a diario la sonda en la nariz. Volvíamos a ir con ilusión a esta quinta operación y teníamos la esperanza de que fuese la solución. Una vez más, todo salió bien y tras una primera noche tranquila y una segunda con molestias por los gases, llegó de nuevo la caca y con ella cesaron las molestias. Nos dieron el alta y salimos esperanzados en que esta última operación fuese la definitiva. Habían hecho algo nuevo y por su explicación, alimentarle a través de esa sonda haría que no tuviese más molestias. Tras el resultado de las operaciones anteriores sabíamos que durante unos días todo iría bien, por lo que el éxito lo veríamos día a día. Si pasaban varias semanas y las nauseas no volvían llegaríamos a respirar tranquilos. Sin embargo, en esta quinta operación no llegamos a tener nervios por si había tenido resultado o no, ya que el mismo día en que llegamos a casa volvió a tener nauseas y no llegó ni siquiera a comer por la boca.

Desde esta operación hasta la siguiente pasaron muchos meses y durante todo este tiempo Luis estuvo alimentándose sólo por la sonda. Ni siquiera podíamos darle agua por la boca. Aún así, las molestias eran continuas. La única ventaja es que podíamos conseguir alimentarle e intentar que recuperase algo de peso. Y con este día a día llegamos a su sexta operación. Una vez más, quisimos tener esperanza y fuimos al quirófano pensando que esta vez sería la última. Por fin solucionarían el problema de Luis. La decisión de esta nueva intervención tenía una base lógica y eso nos daba muchos ánimos. En la última prueba que le hicieron vieron que volvía a tener reflujo, lo que indicaba que lo que hicieron en la operación anti-reflujo había dejado de funcionar. Este era el motivo de que nuestro holandés siguiese con molestias y no quisiese comer. De nuevo nuestro campeón nos sorprendió con una rápida recuperación. Como esperábamos, los pedetes y la caca llegaron, pero esa operación trajo una sorpresa inesperada. Tras muchos meses de no abrir la boca para comer pensábamos que tendríamos que trabajar mucho con él para que aprendiese a volver a tragar. Sin embargo, y para nuestra grata sorpresa, a los pocos días de la operación empezó a comer sin problemas.

Esa fue su sexta operación y si he comentado que ha pasado por siete operaciones es porque tampoco funcionó. Lo único que se ha conseguido en cada operación ha sido cambiar el tipo de molestias que sufre Luis, pero todavía no se ha podido ponerles fin. En esta sexta operación apareció una nueva molestia que no habíamos descubierto hasta entonces. Ya no había problema de reflujo, pero aparecía un nuevo problema con el que no contábamos: el aire. Gracias a tener la sonda directamente al estómago nos dimos cuenta que cuando nuestro pequeño tenía nauseas, si abríamos la sonda salía mucho aire y las nauseas desaparecían. No habíamos podido poner fin a las molestias de Luis, pero habíamos descubierto como aliviarlas. Desde entonces, en cada comida tenemos que estar dándole masajes para que pueda salir todo el aire que le molesta y así no tener nauseas. Es un proceso largo que dura casi una hora, pero por lo menos conseguimos que el día a día de nuestro campeón sea más fácil. Da pena ver como le cambia la cara cuando llega la hora de la comida y nos ve acercarnos con las jeringuillas y la sonda para darle de comer, pero es un alivio pensar que después de todo el proceso y de sacarle el aire, Luis puede sonreír.

Gracias a descubrir que las molestias de Luis tenían relación directa con el aire conseguimos que le hiciesen una nueva prueba mucho más completa para estudiar el vaciado de su estómago. El resultado de esta prueba fue que tras cuatro horas de digestión, Luis seguía teniendo el estómago lleno. Esto explicaba el que tuviese tanto aire, ya que al no pasar la comida hacia el intestino, tampoco pasaba el aire que tragaba, lo que le provocaba todas sus molestias. Con esta explicación se decidió volver a operarle por séptima vez. El objeto de esta operación era poder hacer más grande la salida del estómago al intestino para que la comida pasase mejor. Esto haría que el aire también circulase y que dejase de tener molestias.

Esta operación es muy reciente y no hace ni dos meses, pero el resultado tampoco ha sido el esperado. Luis sigue teniendo los mismos problemas y cada comida tenemos que hacerle masajes hasta conseguir sacar todo el aire que le molesta. Es ahora cuando empiezo a ver con más claridad la idea que pasó por mi mente cuando decidí escribir este post. Debido a la operación anti-reflujo nuestro pequeño no puede eructar y eso hace que todo el aire que traga se le quede en el estómago. Estoy convencido de que si pudiese sacar el aire que le molesta, bien por la garganta, bien por el culete, sus nauseas desaparecerían. Oírle eructar o tirarse muchos pedos sería lo que más felices nos haría, ya que implicaría que pondríamos fin a su malestar y a sus visitas al quirófano. Dudo que en estos momentos haya palabras más importantes para nosotros que PEDO o ERUCTO, palabras que no solemos sacar en una conversación de nuestro día a día. ¿Hay algo más normal que tirarse un pedo o eructar? Para todos es algo normal y nadie le da importancia o valor, pero para Luis significaría decir adiós a sus nauseas. ¿Alguien habría pensando al principio del post que la vida de nuestro pequeño holandés y la de las personas que le rodean podría depender tanto de esas palabras? Para nosotros esas palabras son una meta, algo que esperamos alcanzar algún día, pero hasta entonces nos cargaremos de esperanza para pensar que llegaremos a conseguirlo.

Acompañar a nuestro hijo al quirófano siete veces, estar esperando a que el médico salga para informarnos de que todo ha ido bien, pasar el post-operatorio y luego los nervios de si la operación será efectiva ha sido muy duro. También ha sido complicado ir sumando operaciones sin éxito y encontrar esperanzas de que la siguiente será la definitiva. Pero a casi todas las cosas difíciles se les puede poner buena cara. Nosotros hemos querido llevarlo del mejor modo posible y viendo siempre la parte buena de cada momento. Por eso he querido transmitir esos duros momentos y lo difícil de la situación actual en un post que no sea triste ni emotivo. He intentado demostrar que hasta las situaciones difíciles se pueden llevar de un modo alegre y espero haberos arrancado alguna sonrisa con este post de tacos infantiles.

Cada día está compuesto por miles de pequeñas cosas que nos pasan desapercibidas, pero que son muy importantes. Seguro que mañana cuando suene el despertador te encantaría poder dormir veinte minutos más. Son cosas en las que no nos fijamos, pero que deberíamos aprender a disfrutar. No es necesario llegar a un caso extremo como el de nuestro pequeño holandés para que algo básico se convierta en algo sumamente importante. Simplemente disfruta. Disfruta de respirar, de ver el sol, de sonreír, de sentir el viento en la cara, de saludar a un amigo. No esperes a necesitar algo para saborearlo. Disfrútalo ya! Lo que disfrutes hoy será un buen recuerdo mañana. Los buenos recuerdos ayudan a sonreír, aunque sean por cosas tan simples como la simpática frase de una película: “¡Mierda, cagao, culo!”.