Una sonrisa en Holanda.

18 febrero, 2014. Una sonrisa en Holanda.

Hemos conseguido encontrar en Holanda la sonrisa que perdimos durante el viaje.

El viernes estuve en el centro de atención temprana donde llevábamos a Luis desde los tres meses y fue muy bonito volver a saludar a toda la gente que estuvo apoyándonos y dando cariño a nuestro holandés desde sus primeros meses de vida. Me emociona ver como cada vez que lo llevamos allí todos tienen mucha ilusión por ver a Luis y por cogerle en brazos y darle cariño. Todos quieren sacarle una sonrisa. La verdad es que vivimos con nostalgia los días en que llevábamos a Luis al PROSUB y nos sentimos algo tristes por haber pasado esa etapa. Sin embargo, son sentimientos cruzados con otros de pena al recordar lo mal que nos sentíamos aquellos primeros meses en los que estábamos perdidos y no sabíamos cual sería la evolución de Luis.

Mientras esperábamos en la sala de espera no pude evitar fijarme en una mama que tenía a un bebé de pocos meses esperando también a ser atendida. Sentí mucha pena por ella y en ese momento me hubiese encantado sentarme a su lado y decirle que la tristeza que tenía en su rostro llegaría a desaparecer para dar paso a una bonita sonrisa. Que disfrutaría de su bebé de una forma que le era imposible imaginar en ese momento. Hubiese querido decirle que el dolor y el miedo desaparecerían y que su vida volvería a la normalidad. Decirle que aunque habrá muchos días en los que pensará como hubiese sido su vida si su viaje no hubiese llegado a Holanda, habrá muchos otros en los que se sentirá afortunada por haber podido visitar ese país. Me hubiese encantado animarla, pero no pude. No le dije nada y ahora me arrepiento de no haberlo hecho. Sin embargo, se que no era el momento y por mucho que piense que le hubiese ayudado, seguramente no hubiese sido así. Recuerdo como me sentía aquellos primeros meses y que, aunque intentamos llevarlo del mejor modo posible y que nuestra vida siguiese igual, no conseguía sacar fuerzas para hablar con nadie sobre nuestro viaje a Holanda. Intentaba ser positivo, levantarme con una sonrisa y ver el día a día para disfrutar de nuestro bebé sin pensar lo que nos depararía el mañana, pero no hubiese sido capaz de aceptar que un extraño se sentase a mi lado y empezase a hablarme de lo maravillosa que sería mi vida y lo mucho que disfrutaría de mi holandés. Si alguien se hubiese sentado a mi lado con la intención de hacerlo, por mucho que hubiese intentado ayudarme, me hubiese sentido incómodo, no hubiese creído en sus palabras y, lo que es peor, seguramente hubiese roto la burbuja que me había formado para ver sólo el presente y que no me doliese el futuro. En esos momentos no estaba preparado para escuchar y aquella persona me habría provocado más dolor que tranquilidad.

Todo esto lo se ahora, mientras las palabras van saliendo de mis pensamiento al mismo tiempo que las escribo, pero el viernes sólo pensé en el miedo a que rechazara mi ayuda y decidí no hacerlo. Pensé que expreso mucho mejor las cosas si las escribo que si tengo que decirlas. Pensé que me gustaría ayudarla, pero que mi ayuda puedo ofrecerla mejor a través de este blog. Además, cada uno necesita un tiempo para estar preparado y dispuesto a buscar información y opiniones sobre sus problemas y ese tiempo debe decidirlo él mismo. Si buscas opiniones escritas puedes leerlas en el momento en que más seguro te sientes y en el que más necesidad tienes de tener esa información. Si me hubiese sentado junto a esta mamá hubiese sido yo quien decidiera ese momento y lo más probable es que me hubiese equivocado.

Todo esto hace que traslade mi mente a nuestros primeros días en Holanda y que reviva con una mezcla de alivio y dolor lo sucedido. Alivio porque ahora somos capaces de volver a disfrutar de la vida y dolor porque cuando recuerdo aquellos días todavía se me forma un nudo en el estómago. Hoy tenemos una sonrisa constante al pensar en nuestro holandés y en aquellos días teníamos que hacer un esfuerzo enorme para poder dibujar un asomo de sonrisa en nuestros labios.

Si tuviese que decidir cuales fueron los peores minutos de mi vida lo tendría muy claro, pero si tuviese que pensar cual fue la peor época no sabría decidirme entre los últimos meses en los que mi mujer estaba embarazada de Luis o los primeros meses de vida de nuestro holandés.

Hablaré en otro post de esos trágicos minutos porque seguramente darían para muchas horas de lectura. En este post prefiero centrarme en ese antes y después de nuestro viaje a Holanda para revivir lo que fue aquel dolor y ver como hemos conseguido darle la vuelta y convertirlo en alegría.

Llevábamos varios meses de embarazo y nuestra vida era de plena felicidad. Teníamos todo lo que necesitábamos y por suerte disfrutábamos de ello. Todo nos iba bien, tanto en el plano familiar y personal como laboral. Nuestra familia tenía salud, disfrutábamos de los amigos y nos sentíamos realizados con nuestra empresa. Una empresa que habíamos creado desde cero y que funcionaba cada vez mejor. Todo era perfecto y esto hacía que muchas veces lo pensásemos y lo disfrutásemos al máximo. Recuerdo que mi mujer me decía muchas veces: “Somos muy afortunados. Somos muy felices. No puede ser que todo nos vaya tan bien. Me da miedo que nos pase algo porque no es normal tanta felicidad”. Esas palabras nos vienen una y otra vez a la mente y nos alegramos porque hacían que quisiésemos disfrutar al máximo de lo que teníamos en lugar de vivir temiendo lo que podría pasar. Sólo nos faltaba poder tener un bebé y, tras varios años intentándolo, por fin conseguimos quedarnos embarazados. Ahora si que lo teníamos todo. No podíamos pedir más y cada día lo disfrutábamos al máximo. Nunca podremos arrepentirnos de no haber aprovechado aquella época y tenemos la satisfacción de haber disfrutado de la sensación de que todo iba sobre ruedas.  Carpe Diem.

Sin embargo, a mitad del embarazo, una de las ecografías empezó a mostrar algo raro y nuestra vida empezó a cambiar. La sonrisa de nuestros rostros corría el riesgo de ir difuminándose. En un principio nos indicaron que no nos preocupáramos, que los niveles estaban dentro de la normalidad, aunque estaban en el límite, por lo que tendríamos que seguir su evolución. Fieles a nuestra idea de no buscar problemas mientras no sean reales, no quisimos preocuparnos y seguimos disfrutando del embarazo. El médico nos había dicho que no buscásemos nada en Internet y que no nos preocupásemos, que todo estaba normal, así que le hicimos caso y no nos preocupamos por lo que pudiese pasar. De momento todo estaba normal,  seguíamos manteniendo nuestra sonrisa y confiábamos en que en la siguiente ecografía todo seguiría así.

Pero no fue así. En la siguiente ecografía los niveles habían pasado el máximo y ya indicaban que algo no estaba bien, así que aquí empezó nuestro calvario de médicos y ecografías. Terminó una vida en la que todo iba sobre ruedas y empezamos a sufrir lo que había sido el principal de mis temores: la posibilidad de tener un nene con una lesión cerebral. Nuestra sonrisa había desaparecido.

El problema que habían detectado era que los ventrículos del cerebro estaban dilatados y eran más grandes de lo que deberían, por lo que había riesgo de hidrocefalia. Por este motivo, el ginecólogo que nos llevaba nos remitió a La Fe para que nos empezaran a visitar allí porque tenían muchos más medios.

De la consulta del ginecólogo nos fuimos directamente a urgencias de La Fe y allí explicamos entre lágrimas lo que nos había dicho el ginecólogo y que había riesgo de hidrocefalia. Durante todo el día estuvieron enviándonos de un lado a otro hasta que conseguimos que abriesen un historial para atendernos y nos remitieron a consultas externas. A partir de ese momento empezaron visitas continuas a La Fe, tanto para que nos hiciesen ecografías como para las visitas en consultas externas. El problema era que nos pilló en los meses de verano y cada vez nos atendía un médico distinto al que teníamos que volver a explicar el problema. Desde esos primeros días hasta la semana antes del nacimiento de Luis pasamos los mayores nervios de nuestra vida. Cada ecografía era una tensión que nos dejaba al borde del desmayo, ya que el resultado de la misma marcaría como sería nuestra vida y la de nuestro bebé. Además, cada vez que íbamos a La Fe pasábamos más de tres horas en la sala de espera, lo que se hacía interminable y la acumulación de tensión se volvía insoportable. La misma tensión pasamos con el resultado de la amniocentesis y con las dos resonancias fetales que nos hicieron. Este calvario finalizó con el resultado de la última resonancia fetal en la que el médico que nos atendió nos indicó que todo estaba normal y que nos daba el alta. En la visita anterior nos dijeron que no debíamos preocuparnos, que debíamos disfrutar del embarazo. Según el doctor, si en un embarazo normal había un riesgo de un 2% de problemas, en nuestro caso era de un 4%, pero eso significaba que había un 96% de posibilidades de que todo fuese bien. Tras aquel comentario en la penúltima visita y que en la siguiente el doctor nos dijo que los resultados de la resonancia habían salido bien, dejamos atrás unos meses de miedo e incertidumbre para pasar a tener unos días de más tranquilidad. Las dudas estaban sembradas y no podíamos disfrutar de los últimos días, pero por lo menos la tensión se había reducido e intentábamos pensar que todo saldría bien. Tuvimos que hacer grandes esfuerzos, pero conseguimos volver a recuperar una tímida sonrisa.

Tras meses de pruebas y consultas médicas el riesgo al que nos enfrentábamos con el nacimiento de Luis era el siguiente: Finalmente el crecimiento de los ventrículos se había detenido y no tendría hidrocefalia, pero su tamaño era superior al normal y podría tener ventriculomegalia. Según nos dijeron, esto podría tener como consecuencia que Luis tuviese un ligero retraso en el colegio o que fuese hiperactivo. Tras el pánico inicial de que nuestro bebé tuviese hidrocefalia, las posibles consecuencias de la ventriculomegalia eran algo asumible. Sin embargo, eso hubiera sido demasiado bonito.

Llegó el momento esperado y parecía que era el momento de finalizar nuestro viaje. Informamos al médico de que mi mujer no podría tener un parto porque estaba operada de la cadera y mostrarle las radiografías, pero éste insistió en que podría dar a luz sin problemas y que no haría falta cesárea. Tras dos días intentando que Pilar dilatase, finalmente se dieron cuenta de que no era posible que Luis naciese con un parto y tuvieron que programar rápidamente una cesárea. Desde el miércoles por la mañana hasta el jueves a las 23h. mantuvieron a mi mujer con contracciones para finalmente hacerle una cesárea como nosotros habíamos solicitado a su médico.

Luis fue directamente a neonatos y sólo pude verlo durante unos minutos a través de la incubadora. Tras unos pocos minutos con Luis pude subir a la habitación donde se quedaría ingresada Pilar y pasar la noche con ella. Por suerte el horario para visitas a neonatos era ininterrumpido y podía bajar a ver a mi bebé cuando quisiese. Lo malo es que no podía hacerlo junto a mi mujer porque todavía no podía levantarse de la cama y eso lo convertía en una situación muy extraña. El nacimiento de un hijo es el momento más mágico en la vida de una pareja, pero nosotros no pudimos disfrutar de esa sensación. Durante los primeros días de vida de Luis no sabíamos si tenía problemas o no y esa preocupación unida a que estuviese en una incubadora en neonatos no nos permitía disfrutar de ese momento. Además, la información que recibíamos de los médicos era muy confusa y en todo momento nos hablaron de que se habían confirmado los resultados vistos en la resonancia fetal y que el problema de Luis era que le faltaba parte del cuerpo calloso. Aquello nos dejó muy confundidos, ya que en todo momento nos habían hablado de una posible ventriculomegalia y ahora en neonatos hablaban de algo totalmente distinto para lo que no estábamos preparados. Habíamos pasado de un bajo riesgo de que pudiese ser hiperactivo o tener problemas en el colegio a una elevada probabilidad de que con toda seguridad tuviese daños cerebrales.

Una de las cosas que más recuerdo es el momento en que avisé a mis amigos del nacimiento de Luis. Siempre había pensado que les avisaría mandándoles una foto de él con su mamá, pero ese mensaje fue muy distinto a lo esperado. Simplemente mandé un mensaje diciendo que había nacido, pero en lugar de escribirlo con ilusión lo hice con un pesar enorme y con lágrimas en los ojos. Mi peque había nacido pero su vida sería muy dura desde el primer minuto.

Tuvieron que hacerle varias pruebas para comprobar que no tuviese convulsiones y para ver hasta que punto podía ser grave la lesión de Luis. Durante una semana estuvimos esperando los resultados cuando por fin llegaron deseamos que no lo hubiesen hecho. Todavía recuerdo las palabras de los médicos diciéndonos que la lesión de Luis era grave y que asumiésemos que estaría toda la vida prácticamente como un vegetal.

Hasta aquí se resume lo que hasta entonces había sido la peor época de nuestras vidas. Todo el calvario que habíamos pasado hasta el momento era por el miedo a lo desconocido, a no saber que podría pasar con nuestro bebé. A partir de ahora ese miedo a lo desconocido pasaría a convertirse en un sufrimiento por algo muy real. La confirmación de la lesión cerebral de Luis. Acabábamos de llegar a Holanda.

Los momentos que siguieron a ese nuevo dolor tan real son los que me vienen a la cabeza cuando veo a unos papás que acaban de llegar a Holanda. Siempre siento la misma pena por ellos y me es inevitable recordar lo mal que lo pasamos nosotros en aquellos primeros días. Sin embargo, respiro aliviado al volver al presente y ver como hemos conseguido adaptarnos a nuestra nueva situación y como hemos sabido recuperar nuestra sonrisa y volver a ser felices.

Me considero una persona positiva, pero soy consciente que sólo con ser positivo no es suficiente. Hay situaciones en las que ser positivo ayuda a pensar en que todo irá bien, en que las cosas no tienen por qué salir mal, pero hay otras situaciones en las que lo que podía salir mal se ha convertido en una realidad. En estos casos necesitas, además de ser positivo, querer adaptarte a esa nueva situación. Ser consciente de que se ha convertido en parte de tu vida o que simplemente se ha convertido en tu vida. Aquí es donde tienes que sacar ánimos de donde sea para aceptar esa nueva vida y decidir que quieres vivirla del mejor modo posible. Que quieres disfrutar esa nueva situación que te ha tocado vivir y que quieres recuperar de nuevo tu felicidad.

Nosotros lo hemos conseguido. Hemos aceptado que el destino de nuestro viaje era Holanda y además hemos sabido disfrutar de él. No paramos de disfrutar de nuestro viaje y de dar gracias todos los días por tener a nuestro holandés en nuestras vidas. Su sonrisa nos carga las pilas todos los días. Ojalá estas palabras lleguen algún día a la mamá que vi en el PROSUB y le sirvan de ánimo. O lo que es mejor, que si alguna vez lee este post lo haga con una sonrisa porque ya esté en la misma situación que nosotros.

Muchas veces me planteo que haría si me diesen la oportunidad de volver atrás y me preguntasen dónde quiero que nazca Luis, en Italia o en Holanda. No puedo decir que escogería Holanda, pero me encanta dudar a la hora de dar la respuesta a esta pregunta. Me encantaría que Luis no hubiese tenido que viajar a este país, pero creo que ahora me sería imposible vivir sin ese viaje. Holanda es mi sonrisa, es parte de mi vida y ya no quiero vivir sin poder viajar allí.

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